Opinión

Sonreír sin enseñar el colmillo

Acabo de leer que solo dos de cada cien gallegos han encontrado empleo gracias al trabajo del personal que gestiona las oficinas del Inem en Galicia. No parecen muchos. La verdad es que no creo que debamos sentirnos satisfechos, ni quienes atienden tales oficinas y ni mucho menos los demás.
Si somos dos millones y medio de gallegos y abundamos tanto los que integramos las filas de la llamada tercera edad, ese eufemismo cabrón que no conduce a nada y ayuda a acabar de disfrazarlo todo, y si trabajar, lo que se dice trabajar, aquí no trabaja apenas nadie, es como para preguntarse para qué sirven las citadas oficinas, cuánto personal es el que las atiende, con que clase de medios cuentan y si no serán mayor el número de los empleados que las atienden que el de los puestos de trabajo conseguidos a través de sus gestiones.
Al final va a resultar que aquí solo trabajan los fontaneros de los partidos políticos, mayormente en época de campaña electoral, porque los altos responsables han optado, por su cuenta y evitando riesgos, por adoptar el rol de reina madre y no enterarse de nada de todo cuanto sucede a su alrededor. Solo la prensa les informa de la corrupción que los cerca, a ellos, pobrecitos, que no se enteran de nada.
¿Cuántos parados hay ya en Galicia? ¿Cuántos de ellos componen ese dos por ciento de afortunados? El resto, sobre todo los más jóvenes, han optado por enviar curriculum vitae a toda cuanta firma comercial se les pone por delante. Lo hacen con tal vehemencia y contumacia que es de temer un recalentamiento de todas las multicopistas e impresoras del país. ¿Cuántos son los que obtienen respuestas? No se pide que estas consistan en ofertas de empleo, pero ¡caray! al menos acusando recibo, cuando no las gracias, sí que sería de esperar que esas respuestas se produjesen. Pero no, no se producen. Tal debe ser la avalancha recibida en las oficinas de personal de las empresas.
¿Por qué no se hace una estadística del número de jóvenes emisores de curriculum, del número de estos enviados, de la cantidad de respuestas obtenidas y, al final, del número de puestos de trabajo conseguidos? Vivimos en pleno deterioro de las relaciones laborales, y hoy cualquier trabajador de una edad que podríamos denominar prudente sabe que está más indefenso, mucho más indefenso, dónde va, que en tiempos del Caudillo, goza de menor estabilidad laboral y contempla un horizonte mucho más cerrado que el que podía contemplar entonces. Para este viaje no se necesitaban alforjas democráticas, por muy duro que sea el escribirlo y por muy renuentes que seamos a reconocerlo porque el dato no arroja bondades sobre el dictador y, en cambio, sí señala deterioro democrático.
España va bien, dice el de Pontevedra y cualquiera diría que lo hace viento en popa, pero la tripulación de la nave no hace más que recibir golpes de la botavara, rociones y salpicaduras de la mar llena de algas y sargazos, convulso viento de poniente; lo que es tanto como decir que los españoles van de… espaldas, ciegos, sin enterarse y tropezando con la cruda realidad a cada paso.
¿Cuál es el porvenir que nos aguarda? Las oficinas de empleo no emplean. Las agencias de colocación no colocan. La movilidad exterior se acentúa. Han cerrado cientos de miles de empresas, emigrado cientos de miles de jóvenes altamente cualificados y aquí quedamos una bandada de viejos que ni pensiones llegaremos a cobrar mientras nos entretenemos en votar a los de siempre, subsistir por los métodos habituales y sonreír sin enseñar demasiado un colmillo que ya se nos ofrece retorcido no vaya ser el caso de que decidan que mejor, mucho mejor, lo conservaremos limado en debida forma. ¿O ya lo está?
Es triste llegar a sentir determinadas nostalgias del pasado cuando todo era esperanza y la vida estaba llena de futuro. Todavía es más triste constatar que esa sensación no es tanto a causa de la edad como en razón del escaso horizonte de futuro que hoy nos ofrece nuestra sociedad. Así los jóvenes son viejos prematuros y los viejos hemos dado en ser jóvenes con la fecha de caducidad cambiada, jóvenes tardíos, redivivos fantasmas de un pasado que empieza a resultarnos como una losa pesada. Al final casi nada es como lo soñamos, muy poco parecido a como lo construimos o pretendimos hacerlo, tan deturpado está, tan deteriorado.

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