Opinión

Reflexiones en el asiento del avión

La población actual no solo es mayor colectivamente considerada sino que, individuo a individuo, la altura media de los españolitos de a pie (excepción hecha de los catalanes que como es sabido son todos más altos, más rubios, más guapos, y, para mayor inri y mejor abundamiento, de ojos azules, arios puros; es decir, la de dieu y del abad de Montserrat, sumadas las de Herr Richard Wagner y Herr Heidegger todos ellos conjuntados al amparo de los textos de ese prodigio intelectual llamado Quim Torra) la altura media, se decía, ha ido aumentando hasta situarse en ese metro setenta que parece que va a ser indispensable para acceder al Cuerpo Nacional de Policía lo que, oh cielos, hace suponer que ingresar en los mossos d'esquadra solo será algo accesible a los jugadores de la NBA.
El descubrimiento literario de las peculiaridades raciales de los catalanes han dejado mi alma en suspenso. Algo así me había sucedido con el descubrimiento de las tesis de Sabino Arana, padre del nacionalismo vasco, pero había conseguido superar tal trance, el de mi alma suspendida, equiparándolas a las características que don Pablo Iglesias (el ferrolano, no el de Galapagar) les atribuyó a los militantes de su partido a los que, por principio consideraba inteligentes...y benéficos... y ya me dirán ustedes.
 Don Sabino, nacido a la vida en pleno XIX, apenas llegó a poner el pie en el XX porque fue y se murió, joven, pero se murió, por lo que podremos decir de él que fue, como lo fue el señor Iglesias, Don Pablo, un producto de su tiempo; por eso, al considerar sus afirmaciones y relacionarlas con los años en los que a ambos les tocó vivir, años en los que se promulgaron algunos de los dogmas católicos más lapidarios y más firmemente expresados -el de la infalibilidad del Papa, el de la Inmaculada Concepción- no nos deben de extrañar algunas de sus más pintorescas afirmaciones. Entonces, la gente, les era así. No toda, pero sí mucha.
Esto que se dice de las afirmaciones de un vasco y de un gallego, ambos preclaros, es lo que no se puede afirmar de las recopiladas, sin demasiado esfuerzo, dicho sea de paso, de las chorradas del catalán Quim Torra, recientemente exaltado a la presidencia del Gobierno catalán. Se trata de un conjunto de pensamientos que cualquiera diría redactado en medio de una continuada ingesta de tintorro o como consecuencia de una diarrea mental tan inesperada como un rebrote del virus que causó la llamada gripe del 18 que otros conocen, ya es casualidad, como la gripe española.
El caso es que la población española ha ido aumentando su altura media, al tiempo que sus expectativas de vida, según comentábamos al principio. Pensaba yo en estas tonterías -que me aclaraban, por cierto, la razón de que mi admirado señor Iceta milite en donde lo hace y no en las filas nacionalistas, él, tan pícnico, nada leptosomatico y, ni mucho menos, atlético como evidentemente lo es el presidente Torra, ario puro- pensaba yo en estas chorradas y aún en otras chorradas según me sentaba en el avión que me habría de traer de vuelta a casa.
Dirá alguno de mis lectores que mi mente es un poco estrafalaria y que soy algo rebuscado; pero es el caso que mientras la talla de los españolitos ha ido aumentando, la consideración de los datos ergonómicos medios de la población española, que tan en cuenta debieran de tener las compañías aéreas, ha ido disminuyendo de tal manera que un viaje de dos horas de duración pueden suponer una tortura que nada tenga que envidiar a las practicadas durante el largo periodo inquisitorial. Durante el viaje de ida atribuí el despiste a que me había correspondido el asiento D de la fila 23, en donde la cola del avión se estrecha por razones que la aerodinámica permite comprender del mismo modo que las ergonómicas permiten rechazar y que el cuerpo se negará siempre a admitir. El respaldo del asiento está fijado de modo que no puedas reclinarte lo más mínimo so peligro de obligar al pasajero de la fila veinticuatro a morder el reposacabezas en el que reclinas la tuya. Las rodillas las llevas incrustadas contra las tuercas que fijan la butaca delantera y, como se te ocurra pedir un bocadillo a la azafata, resígnate a no poder bajar la mesita plegable, hasta una posición mínimamente horizontal, a no ser que tengas una tripa como la de Cristiano Ronaldo lo que evidentemente no es mi caso. Además los brazos de las butacas dejaron de ser abatibles y entrar y salir, ocuparlo y dejarlo libre (pues muchas otras aventuras procuras no correr durante el vuelo) abandonar tu asiento se convierte en un ejercicio de contorsionismo propio de edades más tiernas que la mía. Crece la altura media, crecen las barrigas y con ellas la horizontal ocupación ergonómica correspondiente al viajero aeronáutico de modo que disminuyen los espacios en el interior de los aviones
 Todo ello sería comprensible salvo en el caso de que la compañía no fuera catalana, que fuese gallega o magrebí, ya se sabe, para gente pequeña y algo huraña, amiga de tocar la gaita y cantar el alelelo, lo que explicaría muchas cosas aunque la mayor parte de ellas no fuesen convincentes... que es lo que sucede con aquellas con las que, aún de vez en cuando, nos obsequia el no sé muy honorable Quim Torra. El cazso es que la compañía de avión es catalana. Pónganle ustedes mismos el nombre.

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