Opinión

¿Qué piensan los adolescentes?

Breve visita a Barcelona para asistir a la entrega del Premio de Literatura de Viajes que patrocina la cadena Hotusa. Lo ganó Luis Pancorbo con un libro escrito a propósito de unas vacaciones de navidad pasadas en Sudán, en donde creyó que las podría pasar tan divinamente. Lo cuenta en su libro con la agilidad del periodista, la sabiduría del escritor y la calma de quien ya dobló algunas esquinas de la edad.
Doblar esquinas. He ahí un modo de decir que los años transcurren de diez en diez y que, cuánto más veas que has dejado atrás, más calma podrás esperar en el resto de los que te queden por vivir.
Estando en estas y festivas, en medio de un calor barcelonés que no refresca ni con los comentarios vertidos a babor y a estribor de la nave ideológica respecto de ese viento que se ha “colau” (sepan disculparme este triste juego de palabras) en su consistorio por merced de los votos, estando en esas, llegan noticias de los atentados yihadistas habidos en Túnez, Lyon y Kuwait. 
Todo el mundo los lamenta, algunos se diría que incluso se estremecen y los más se preguntan cuando empieza este año el Ramadán. A tal punto de conocimiento y preocupación colectivos hacen llegar, las actividades de estos islamistas radicales, a una sociedad que anualmente se formula la pregunta de cuándo cae la Semana Santa de ese año para ir preparándose las correspondientes vacaciones. De seguir así, acabaremos por encerrarnos en nuestras casas en los días señalados del calendario musulmán. 
La luna volverá a regir nuestras vidas, ahora, cuando el papa Francisco quiere que deje de señalar las festividades religiosas propias de nuestras culturas porque nuestro tiempo es ya tan urbano que permanece ajeno a los ciclos de la agricultura, lejano que siempre estuvo (pese a todo) de las mareas que cuando descienden al atardecer se llevan con ellas las almas de los difuntos, rigen los embarazos de las damas, sus ciclos menstruales y el vigor de nuestros cabellos siempre mejor dispuestos a ser rapados en los menguantes que en los lunares crecientes.
Volverá a regirlas porque estos jóvenes creyentes, procedentes no pocos de ellos de nuestras sociedades democráticas y urbanas tienden, con facilidad digna de ser estudiada, a insertarse en las filas de algo tan ajeno a ellos como es el cosmos del Estado Islámico, para ayudarles a destruir, imponiéndose a ella, nuestra forma de vivir que es, precisamente y en no pocas oportunidades, la de sus propios padres.
Decía Nietzsche que el modo más seguro de corromper a un adolescente es incitándolo a estimar más a los que piensan igual que él que a los que piensan de manera diferente. ¿Qué es lo que pensarán estos adolescentes nuestros, no pocos de ellos alejados ya del tiempo de los teenagers pero al parecer tan inmaduros como ellos, para emprender tales huidas? 
Probablemente que esta sociedad que cada vez se va cerrando más a las mayorías les ha quitado la fe en los valores nacidos de la Ilustración, valores cuyo tiempo al parecer está finiquitando, en aras de ese atroz capitalismo financiero que ya no necesita de las clases medias sino de una multitud de trabajadores remunerados con sueldos de mierda, los justos que les permitan comer, vestir y dormir para poder seguir produciendo en las más excelentes condiciones posibles para que ellos puedan seguir haciéndolos muy por encima de las posibilidades de esa inmensa mayoría de desahuciados de la fortuna. Enajenados esos valores, igualdad, libertad, fraternidad, ¿qué les queda? Armarse de otra fe. Una sociedad tiene que creer en algo, necesita hacerlo si quiere sobrevivir como tal. Tiene que tener fe aunque sea en un palo, en cualquier ídolo de barro, en algo. Los jóvenes privados de futuro ya no están siendo educados en ninguna fe, mucho menos aún en la que los induzca a tener fe en si mismos y buscan un paraíso desesperadamente. ¿Cuál mejor y más completo que el de un dios que les ofrece huríes y miel, alcohol y bienestar perpetuos?
Pudiera parecer simple esto que se dice, pero pudiera no resultar así si induce a la reflexión y ayuda a buscar causas que nos expliquen lo que está pasando. La única arma que existe contra el monstruo del fanatismo es la razón, la única manera de impedir a los hombres ser absurdos y malvados es ilustrarles. Para hace execrable el fanatismo no hay más que pintarlo. Son palabras que tomo prestadas de Voltaire, que continúa diciendo que sólo los enemigos del género humano pueden decir que se ilustra demasiado a los hombres, que se insiste demasiado en escribir la historia de sus errores. ¿Cómo pueden corregirse esos errores si no es mostrándolos?
Debemos, pues, renovar nuestra fe al menos en nosotros mismos, en los valores que nos han traído hasta esta sociedad de privilegio en la que todavía vivimos y que tanto amenaza con se desmantelada en aras de unos principios que solo han de beneficiar a un grupo de privilegiados. Necesitamos cuanto antes leyes justas y actualizadas, concordes con los tiempos que vivimos y tendentes a ofrecer incólume el bienestar que. con todas sus deficiencias, habíamos alcanzado. Leyes que impidan que la sociedad barcelonesa se pregunte que cesto le están tejiendo con los mimbres del activismo político, necesariamente conservable, cuando el que necesitan es el cesto de una alcaldía eficiente y capaz, que funcione como tal y alejada de las prácticas antaño reprochadas.
Y quien dice Barcelona, dice un Madrid en donde las imputaciones, con independencia de sus motivaciones, no deparan idénticas actitudes que las otrora exigidas y mostradas. Hay que recuperar la fe perdida y mostrársela a los más jóvenes sin tener que avergonzarnos y quedar callados tan pronto como estos se lleven el índice a los labios indicándonos silencio. Sólo así.

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