Opinión

Partitocracia nos guste o no

El otro día, un estulto del PSOE dijo que a los españoles les importa un carajo quién pueda presidir o no una comisión parlamentaria. Lo dijo como si eso fuese algo que solo deba de importarle a los padres de la patria que, por unos pocos miles de euros al mes y cuatro o cinco comisioncillas, velan por nosotros los débiles mentales. Esa y no otra es la letra de los villancicos que escucharemos este año. Las cosas serias siempre en manos de papá, o de mamá, incluso de algún abuelete rejuvenecido.
Conviene estar al tanto y empezar a preguntarse por qué, si el nacido en Belén de Judá proclamó una fe, la que profesamos, que nos hizo a todos iguales ante Dios, empezamos ahora a escuchar villancicos como este del estólido extremeño que, sin darse exactamente cuenta de lo que está haciendo, nos está clasificando de acuerdo como pudiera hacerlo un niño bien de los años sesenta del pasado siglo en el ámbito de su sociedad recreativa provinciana: “¿Cómo va a valer mi voto lo mismo que el de alguien que no ha hecho ni el bachillerato?”, es decir: ¿Cómo mi capacidad de discernimiento no va a ser superior que la de cualquier mindundi que no ocupe escaño en el parlamento?
Hace muchos años, casi allá en la prehistoria autonómica, Maragall, entonces considerado la ninfa Egeria de Felipe González, respetado como el ideólogo del PSOE, introductor en la universidad del peeneneato, del reino de los PNN, los profesores no numerarios que tantas satisfacciones llevan causado al personal, Maragall, dando un mitín en Betanzos, se quedó en blanco. Tuvo que abandonar el atril, ayudado por las personas diligentes y sagaces que lo auxiliaron de inmediato. Nada de particular, le sucede o le puede suceder a cualquiera en cualquier momento. Lo sé por experiencia propia.
Ahora tengo para mí que Maragall se acaba de quedar en negro. El otro día, a lo largo de una entrevista publicada en un rotativo madrileño de esos en los que se cuece el caldo político del que todos estamos tomándonos siete tazas, Maragall afirmó que: “No me gustan las primarias. La apelación a las bases por encima de los órganos del partido es una pésima forma de defender la democracia”. ¡Vaites, vaites, vaites, que home tan principal viñera cair nestas lideiras da linguaxe!
Está claro que los partidos necesitan órganos intermedios. Precisan de ellos en la misma medida que les resultan indispensables unas bases en las que poder sustentarse, unas bases en las que también se sustenten esos órganos intermedios, sin duda alguna y en la misma medida que una gestora no puede tener más autoridad, ni mayores competencias que una dirección democráticamente elegida por todos. Si se dota de mayor poder, incluso del de decidir prolongar el plazo de elección de una nueva ejecutiva hasta tenerlo todo amañado en beneficio propio, es como para sentarse a esperar lo que puede derivarse de ello.
Es cierto, como afirma Maravall en la entrevista, que la democracia no consiste en la unión de un líder con su pueblo. A los demás tampoco nos gustan los duces… ni los caudillos, tampoco los líderes que no son dios pero en los que es apreciable que la única diferencia entre ellos y el Creador es la de que a este no se le ve. Y a él si. Aunque se esconda detrás de una incógnita, de una equis, o incluso dando a entender que esta y no otra es mi hija predilecta en quien tengo puestas todas mis esperanzas.
Claro que son necesarios los órganos intermedios, tan confundibles con los electores, si no pregúntenselo a Donald, no al pato, claro, sino al recién electo presidente, a quien fueron ellos los que le otorgaron el poder que la mayoría del pueblo norteamericano le negó. Son necesarios los electores, lo son los cargos intermedios. Pero las más perfectas maquinarias sufren en ocasiones la invasión de un simple granito de arena que las encasquilla y maltrata causando apagones de luz que nos dejan a todos a oscuras. 
A Maragall no le gustan los plebiscitos, ni le gustan las primarias porque son, según él, un mecanismo de manipulación muy grande y a veces ofrecen resultados como el de que las gane otro candidato que no sea el tuyo; léase Borrell cuando las convocó su amigo Almunia. Total que la Nochebuena se viene, la Nochebuena se va y nosotros nos iremos y no volveremos más. Está claro que esta nuestra es una democracia representativa, pero también que habrá que cambiar el carácter de la representación porque cuando los diputados representan los intereses de sus partidos en vez de los de sus electores, pasa lo que pasa y se convierte en una partitocracia, que es de lo que estamos disfrutando nos guste o no, aunque pretendamos disfrazarla. Y a mi eso no me importa un carajo, sino un montón de ellos, demasiados carajos para esta época del año y la edad en la que me adentro.

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