Opinión

LAS PÁGINAS Y LAS HORAS

Está claro que antes, estas cosas, no se podían hacer. Me refiero a consultar a través de un teléfono móvil la conveniencia de un jersey azul o malva, de un libro gordo o delgado, de una pierna de cordero lechal de Ávila o de un costillar de cerdo ibérico. Antes eso no se podía hacer y debías llevar las ideas claras a la hora de acercarte a un establecimiento a comprar algo. Ahora, será por la facilidad del manejo de la telefonía a distancia, será por una causa o por otra, lo cierto es que nos mostramos indecisos como nunca lo hicimos de forma que todo se nos vuelven dudas e irresoluciones que alguien nos tiene que ayudar a resolver.
En lo va de semana, a estas horas, cuando comienzo a escribir estas páginas son tres los amigos con establecimientos de venta al público que me comentan lo mismo; es decir, que últimamente y más que nunca están constatando que llegada la hora de cerrar una compra son muchos los clientes que necesitan evacuar consulta con alguien distinto y probablemente distante para decidir entre un color u otro, entre éste modelo o aquel, como si con su propia opinión no tuvieran suficiente. Y lo que es peor, no la tienen.
Hace muchos años, una porrada de ellos, sostuve, estando en la casa del que Torrente Ballester llamaría un vate vago, una ardua discusión con Carlos Casares. Hablábamos a propósito de lo que entonces llamábamos “condiciones objetivas de revolución”, al parecer conjuntadas todas ellas para que esta se produjese, es decir, surgiese la revolución en medio de la sociedad que habitábamos, algo que según él sucedía y que, sin embargo, no llegaba ni con retraso; al menos con el que entonces era habitual en los trenes de la Renfe. Preguntar a qué hora llegaría el tren de las 11,30 no era una consulta disparatada. Preguntarse por la tal revolución tampoco. Hablábamos respecto de la que se armó en mayo del 68 que en Compostela se celebró en marzo y abril del mismo año..
Eran tiempos en que todo estaba mucho más claro, probablemente a causa de lo que se llamó el pensamiento único. Cuando una sociedad se sostiene con la base de un pensamiento así calificado es fácil oponerle otro que lo conteste y nivele. Si a una sociedad le facilitas una moral, la nacional-católica en aquellos tiempos que no era difícil calificar de oprobiosos tenías dos soluciones, a saber: la primera, aceptarlos sin más y vivir de acuerdo con ellos o, la segunda, rechazarlos de plano momento en el que deberías decidir si acogerte a otros. Y entonces te ponías a buscar.
Quizá ahora estemos viviendo tiempos de pensamiento fragmentado. Quizá sea así a causa de la rotura del sistema de valores reinante en los primeros años de nuestra incipiente democracia y se trataría, de ser así y según yo entiendo, de una rotura sistemática y pertinaz surgida como consecuencia inmediata de la diversificación de la opinión que nos ofrecen las redes sociales. 
No siendo fácil elaborar un pensamiento opuesto al único, lo es mucho menos elaborar otro que compense tanta información fragmentada ofreciendo un corpus coherente que se oponga a toda ella. ¿A dónde nos puede conducir esta realidad así entendida?
Toynbee afirmaba que la historia es pendular y cíclica. De ser cierto, la sólida y pétrea concepción que suelen ofrecer los sistemas de ideas basadas en un pensamiento único empieza a asomar la oreja.  La gente comienza a desear que alguien piense por ella. A anhelar una de esas construcciones intelectuales perfectas, amadas por las gentes que se diferencian de sus semejantes en el hecho de que se consideran a si mismas normales y empiezan levantar unos de esos andamiajes mentales que se suelen venir abajo con tan sólo privarles de una sola pieza de sus endebles bases, algo que ahí que evitar a toda costa excluyendo a los anormales.
En esta última opción expresada radica el problema ya que nadie se va a atrever a hacerlo, al menos en los primeros tiempos, y a alterar de tal modo la comodidad que ofrece la vida en la que todo lo deciden otros, un líder, un partido único, una moral común, es decir, regresará el pensamiento cómodo. Buena la estamos preparando.
Ante la imposibilidad de crear mil pensamientos fragmentados que sirvan para recomponer los restos del pensamiento democrático descompuesto en mil pedazos no será difícil optar por un pensamiento único, aglutinador y cómodo tanto como eficaz. Y en esas nuevamente nos veremos en el caso de que sigamos así. No es imposible que de nuevo haya que optar entre un totalitarismo de izquierdas o un totalitarismo de derechas, más o menos encubierto, uno y otro, más o menos eficaz, en cada caso. No es lo mismo vivir en Venezuela que en Cuba, al menos de momento, y no fue lo mismo vivir en España que en Alemania en épocas pasadas.
A la vuelta de un mes estaremos en plenas elecciones y no sé si deberemos llamar por el móvil para tomar decisiones que sólo deberán ser nuestras. Dios, Jehová o Mahoma, Breogan o el Gran Arquitecto del Universo, libren a quien escribe de recomendar unas opciones u otras, pero no de establecer la conveniencia de que lo que escojamos sea consecuencia de nuestra propia reflexión, de nuestro propio gusta y de nuestra honesta elección del mundo que queremos habitar. 
Aquí, lo que se dice normales, normales somos todos. Unos y otros. Y juntos debemos de salvarnos. Sólo la coherencia  de nuestra elección democrática y la aceptación de que vivir en libertad puede ser y es algo menos cómodo que hacerlo en medio de un pensamiento dirigido o fragmentado hasta el paroxismo, puede mantenernos en lo que algunos, de forma harto aviesa, han empezado a llamar régimen. Así que a pensar y a hacerlo sin miedo a introducir enmiendas y reformas en la norma fundamental que nos ha traído hasta aquí antes de que nos aventuremos a cambiarla por otra que nadie nos dice cómo ha de ser; es decir, a elegir con el sentidiño que, en su momento, pidieron Fernández Albor y Anxo Quintana, cada uno por su lado.

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