Opinión

Un voto de confianza, por esta vez, para Pedro Sánchez

Hay muchos motivos por los que merece la pena darse una vuelta de cuando en cuando por Barcelona, una de las ciudades más bellas, cosmopolitas y acogedoras que conozco. Ahora, claro está, al interés meramente estético y turístico un comentarista político tiene que añadir un contacto directo con las gentes de Cataluña, con su sentir mayoritario, tan distinto y distante del que palpamos a diario en Madrid, Huelva, Zamora o Socuéllamos, por poner algunos ejemplos. El resultado de mi termómetro en Barcelona, hoy desde donde escribo, no es concluyente, pero sí atronador: creo que se va desinflando el globo maléfico del fanatismo, que empezó a perder fuelle cuando el anti-político Torra, en un alarde de miopía, dijo aquello de caminar por la vía eslovena —sesenta y tantos muertos— hacia la independencia.
De inmediato se encendieron, he podido comprobar, la señales de alarma en la Universidad, en las empresas más nacionalistas, entre los botiguers, los taxistas y en la ciudadanía en general: ¿estamos conducidos por un loco? `Indepes` y no indepes no saben ya qué responder. Torra no tiene ya quien le escriba... a favor. Los artículos de los columnistas más prestigiosos, como el ex director y columnista de `El Periódico de Catalunya`, Antonio Franco, son furibundos: el president de la Generalitat se tiene que marchar... incluso por el bien del independentismo. Muchos parlamentarios catalanes en Madrid, portando el lazo amarillo en las solapas, dicen en privado que ya no atienden a lo que el molt honorable president y su menor en Waterloo les indican.
No, Torra no es Tarradellas. Ni Pedro Sánchez es Adolfo Suárez. Aunque me parece que el presidente del Gobierno central, que está sumando puntos favorables últimamente, casi hasta equipararlos a los bastantes desfavorables que actúan en su contra, tiene más claro que su futuro interlocutor Torra lo que hay que hacer. Sobre todo, ahora que tiene a Torra debilitado, con el independentismo dividido, los presos en Lledoners, cabreados, la calle en manifestación permanente y no precisamente reclamando independencia. Macron, que es todo un político, supo rectificar ante los `chalecos amarillos`; Torra se ha envuelto en los lazos también amarillos, sin darse cuenta, porque ya digo que es medio miope, de que una cosa y otra son muy diferentes y que con las cosas de comer no ha de jugarse. Sánchez tiene mucho que ofrecer a Cataluña; Torra, mucho que aceptar, entre otras cosas tragarse algunos sapos.
Admito, aunque suelo ser un optimista incurable, que es muy probable que de la `cumbre` en el Palau de la Generalitat entre el molt honorable y el jefe del Gobierno central, si es que acaba celebrándose, que espero que sí, no salgan precisamente los mismos resultados que en aquella otra, en La Moncloa en 1977, entre Suárez y el Tarradellas recién regresado del exilio. Una reunión aquella en la que ambos se sacudieron a gusto, pero de la que salieron asegurando que había ido "como la seda, de maravilla". Pusieron en marcha treinta años de fructífera `conllevanza` orteguiana, rota por las torpezas de Mas y Zapatero y luego, por la atonía rajoyana y la estupidez de Puigdemont.
Claro que, insisto, pese a las semejanzas fonéticas, ni Sánchez es Suárez ni, ya digo, Torra es Tarradellas. Quizá el primero sí pueda ser en algún momento coyuntural como el segundo, pero, desde luego, el tercero jamás podrá ser como el cuarto. ¿Imaginan al viejo exiliado en Saint Martin-Le-Beau, más tarde marqués de Tarradellas, invocando la vía eslovena, que en aquellos tiempos, claro está, ni era vía ni era nada aún?
Seguro que tengo tantos reparos como usted ante algunas actuaciones de Pedro Sánchez y ante la propia estética política de su permanencia en La Moncloa. Pero, si la suerte sigue acompañando a este mimado por la diosa Fortuna, puede que acabe venciendo al empecinado fanático, que vive una situación personal digna de solidaria conmiseración, sin duda, pero que no justifica el monstruoso despiste político al que le lleva su extremismo. Luego puede que sucedan otras cosas, como que los CDR enloquecidos acaben provocando imágenes que sigan desgastando a España —no solo a su Gobierno— en el extranjero. O que ocurra lo que nunca debe ocurrir con algún huelguista de hambre. O que siga esa deriva judicial políticamente tan indeseable. O que se mantenga la hostilidad de una parte de la opinión pública y publicada hacia un presidente que no se ha sabido hacer precisamente simpático ante los medios. Pero más difícil lo tuvo Suárez, mire usted, y supo dar la vuelta al Estado como un calcetín en apenas once meses.
Así que hoy, en estos cinco minutos, creo que hay que darle un voto de confianza a Pedro Sánchez, empeñado a las claras en lo que Rajoy el silente y su valida no lograron con el hoy encarcelado próximo negociador con el Gobierno central: cimentar otros treinta años de conllevanza con ese independentismo catalán al que, diga lo que diga algún `barón` socialista, jamás se deberá, ni se podrá, ilegalizar. Hay que convivir con él como se pueda. Y se puede.

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