Opinión

vigo, ante el reto de la capitalidad

La larga marcha por la normalización política y administrativa iniciada por Vigo a mediados del siglo XIX -cuando perdió definitivamente la capitalidad de la provincia que llevaba su nombre- parece un poco más cerca de culminar con la apertura, probablemente en mayo, de la oficina del Gobierno en la ciudad en la Casa de América. O más bien, la reapertura. Porque durante el mandato de Zapatero se produjo el cierre de la dependencia local donde despachaba -o podía hacerlo al menos- el subdelegado. Mucho ha sido lo avanzado pero aún resta para llegar a la normalización, que según entiendo, sólo se producirá cuando la provincia de Pontevedra desaparezca como tal y se convierta en el territorio de las Rías Baixas o un nombre similar.
Vigo ya es capital ahora mismo: de provincia eclesiástica de Tui, tras el traslado realizado por la sede en los años cincuenta: la Iglesia fue la primera en comprender que el obispo tenía que residir en la mayor ciudad gallega. Lo es también marítima de las Rías Baixas, donde se matriculan los barcos de Pontevedra o Marín, y todavía más importante, de su Área Metropolitana, por ley aprobada por unanimidad en el Parlamento de Galicia y con un rango idéntico al que puedan tener Pontevedra o Coruña de carga a conseguir futuros servicios o dotaciones. El Área existe aunque no funciona. Es cuestión de tiempo que  algún día antes o después se activará para beneficio de todos...
Ser capital también supone asumir ciertas obligaciones, por cuanto se obliga a miles de personas a venir a la Muy Leal a realizar trámites administrativos o judiciales o a recibir atención sanitaria. Incluso a nacer: la práctica totalidad de los vecinos del sur de la provincia menores de 50 años han llegado al mundo en la Muy Leal, antes en el Xeral, hoy en el Cunqueiro. Conviene ser generoso para crear el Gran Vigo verdadero, ese de medio millón de habitantes, cifra a partir de la cual una ciudad tiene algo que decir. Y mucho que exigir con argumentos de peso. 
 

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