Opinión

La verdad se muere; no la enterremos

Odio pronunciar la palabra `guerra` en el caso que nos ocupa, pero lo necesito para reproducir aquella frase, tan acertada, según la cual `la primera víctima en toda guerra es la verdad`. Bueno, no quisiera ampliar el concepto de la confrontación que pone frente a frente a Cataluña -a la Generalitat de Catalunya, para ser exactos- con el resto de España, pero lo cierto es que la verdad, y hasta cierto punto un concepto estricto de la libertad de expresión, ya han saltado hechos añicos a lo largo del `procés`.
Casi todo está siendo una gran mentira, diría que más de un lado que del otro: no hay apoyos internacionales para la secesión, ni las empresas se quedan en Cataluña, ni los logros económicos que esgrimen las memorias de Oriol Junqueras son tales, ni el Rey Felipe VI ha tenido la ocurrencia de pedir a la Seat que se marche de territorio catalán (¡!), ni era actual, sino de hace cinco años, la portada del `Economist` que esgrimió un diputado del PDeCat para mostrar al Congreso de los Diputados lo mal que la prensa extranjera acoge a `España`. Tampoco, claro, responde a la veracidad más absoluta, aunque admito que la cosa podría ser discutible, que el Consejo de Ministros del pasado día 21 no decretase, con la puesta en marcha de la versión `dura` del artículo 155 de la Constitución, una suspensión `de hecho` de la autonomía catalana. No, casi nada es verdad: ni el número de heridos en la lamentable jornada del 1 de octubre, ni el de votantes -¡dos millones y medio! dijeron, contra toda evidencia- en las urnas de plástico. Menudo pucherazo, digno de una muy bananera república.
Instalados, así, en la irrealidad, y encima muchas veces no cuestionada por los medios `próximos`, no sorprende que la desconfianza se haya enseñoreado de la ciudadanía, y hablo de la catalana y de la del resto de España, donde -al resto de España me refiero- los servicios de propaganda (perdón, de comunicación) han funcionado bastante peor que en el territorio Generalitat. Y eso está llevando a una enorme pelea, aún no del todo aflorada a la superficie, entre medios `catalanes` y `españoles` (los catalanes también son españoles), entre `oficialistas` y `privados`, entre colegios de periodistas y otras asociaciones. Y hemos llegado a mirar con normalidad la no del todo explícita intención por parte del Gobierno central de ejercer un control sobre esos medios oficiales dependientes de la Generalitat.
Debo confesar que no me gusta que haya de aplicarse el artículo 155, y menos en su vertiente más amarga: tendrá consecuencias indeseadas e indeseables. Aunque comprenda que acaso no haya quedado otro remedio y compruebe que la popularidad de Rajoy, en el territorio no catalán, ha aumentado (todo lo contrario, claro está, que en Cataluña) tras su puñetazo en la mesa del pasado sábado. Sin embargo, como periodista, y aun entendiendo que muchas de las cosas que nos han ofrecido teles y radios `oficiales` son mercancía averiada, no puedo dejar de levantar mi voz contra cualquier intento de `control` de un medio de comunicación, sea TV3 o el que fuere. Y más si ese control lo ejerce el Ejecutivo. No me parece que el Gobierno central, que ha pecado por omisión tantas veces -y algunas por acción desde las sombras- en materia de transparencia y accesibilidad, sea quien deba encargarse de asegurar la imparcialidad de medio alguno.
Creo que va siendo hora de hacer las cosas bien, de frenar las peleas intestinas en los medios, de jugar -es un decir- justo a lo contrario de lo que algunos están jugando: a los medios nos toca, contando la verdad y analizando las cosas como son, más bien tratar de apagar incendios que avivarlos. Y, desde luego, mostrarnos siempre críticos con quienes, desde la Generalitat, o desde donde sea, que en esto no hay exclusivas catalanas, tratan de vendernos la burra de la mentira, que siempre está coja y siempre cocea. Porque los medios, los periodistas, tenemos que darnos cuenta cabal de que pocas veces como ahora hemos tenido en nuestras manos tanta responsabilidad, y no es cuestión de echarnos ahora en los brazos interesados de nadie.

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