Opinión

Una isla en el medio de la nada

El entorno del Auditorio, entre Beiramar y Jacinto Benavente, aparecía en el difunto Plan General de 2008 como una nueva fachada marítima de la ciudad, residencial, un paseo ante la Ría con comercios y hostelería. Nunca lo fue, salvo por la construcción del palacio de congresos, que cumplió su misión inicial: convertirse en el mascarón de proa de la transformación de una zona industrial en otra residencial. Recordemos: donde está hoy el elegante edificio diseñado por César Portela se levantaba Casa Mar, una empresa única en España, que fue pionera en pesca industrial. Tras Casa Mar se alineaban entonces Pescanova, Pesca Puerta (dos naves), FrigoVigo,  FrigoBerbés o Pereira, entre otras, que fueron cerrando una otras otra ante la convicción de que sus terrenos empresariales en el Plan de 1993 se reconvertirían en residenciales en el Plan de 2008. Llegó la crisis y todo se vino abajo. La consecuencia final fue que no se logró la creación de la famosa fachada marítima urbana y en cambio se provocó la liquidación de una potente red frigorífica que sólo ahora comienza a recuperarse con la reapertura de congeladores e instalaciones. Ni siquiera se pudo iniciar la construcción del único edificio de vivienda colectiva de la zona que se iba a edificar en Cordelerías Mar, otra de las fábricas cerradas desde hace años. Recientemente la promotora Bouza Alta, su propietaria, vendió el terreno y derechos al Grupo Jove, que prevé retomar la misma actuación, incluso mejorada. Sería la primera residencial en la zona y el reinicio de todo. Pero mientras tanto, el Auditorio se ha quedado como una especie de isla, rodeado de esqueletos de fábricas, espacios abandonados y ruina. Así, imposible. Continuará...

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