Opinión

Triunvirato dorado

Hola”, incitaba el uno. “Pues anda que tú”, refunfuñaba el otro. Siempre andaban a la greña. Empatizaban con el grito. Retozaban a mojicones. Nunca bajaban la guardia a los insultos. Golpe a golpe, se querían como locos. 
 Eran el perro y el perro. Eran directos y ecuánimes. Eran amores de ley. Eran rivales de sangre. Eran hermanos gemelos. Eran distintos y pares. Primus entre iguales. 
 Entre hermanos, lanzadas al vuelo las lenguas, extraña afrenta tañen cuando se mentan la madre. Ellos lo hacían en el fragor de la contienda: “Hijo de...” Pero la culpa reside en la intención, por eso hoy no guardan cicatrices ni rencores. 
 Hoy vuelan ambos a dos. Son pilotos de helicóptero. Profesionales como la copa de un ‘main rotor’. Un imperio de bonhomía albergan en su corazón de emperadores. Eran –lo siguen siendo- Marco Antonio y César Augusto Dorado, mis dos hijos menores. Parece que fue ayer cuando nacieron, pero ya han completado treinta y siete vueltas al sol en sus bitácoras.
 El mayor también voló. Con once años, fue el paracaidista más joven de España. Hoy tiene los pies en la tierra. Es abogado. Y también es emperador. Augusto en sus victorias, generoso con sus contendores. Se llama Julio César. Veinte años le llevo de ventaja: nacimos el mismo día del mismo mes. Y, aunque creo que en admiración vamos parejos, del resto me gana en todo. 
 ‘Por sus hijos los conoceréis’. No sé si esto ya lo ha dicho alguien. Pero es más verdad que la Biblia. Es más fácil envejecer que crecer; y aunque debemos apreciar a nuestros hijos por lo que son y no por lo que deseamos que sean, con este triunvirato, cómo diablos no voy estar orgulloso. Fueron lo mejor que me ha pasado. He tenido mucha suerte en la vida. Qué importancia tiene al fin y al cabo un cáncer metastásico. 
 Por si fuera poco, ahora tengo tres hijas encantadoras que cada cual se ha procurado a su albedrío: Eva, Iliana y Silvia. De ninguna me pidieron opinión. A ninguno me atrevería a dar consejo. Pero mejores no me las hubiese imaginado. 
 El ahora es el cielo que tenemos. Y el mío es más hermoso de lo que merezco. Soy un hombre afortunado. Mis hijos son oro de ley. Veinticuatro quilates de nobleza. Pase lo que pase, mi legado queda hecho.

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