Opinión

Ya solo nos queda Rajoy (si él quisiera claro)

Escribo desde una `cumbre` galo-luso-española, a pocas horas de que se celebre en Francia la primera vuelta de unas elecciones trascendentales para Europa, cuando Gran Bretaña y Alemania se preparan también para decidir muy próximamente sus destinos en las urnas y cuando en el Portugal del socialista Antonio Costa acaba de celebrarse una ópera bufa que más abajo comento, protagonizada por el `ministro` (comillas, por favor) catalán de Exteriores, Raül Romeva, que parece incansable a la hora de hacer el paleto con su `diplocat`. Y, curiosamente, o no tanto, Mariano Rajoy es el centro de las conversaciones: "ya solo nos queda Rajoy... si él quiere, por supuesto, que no es seguro que quiera o sepa", dice un asistente, español, claro, ante la aquiescencia general.
Porque debo decir que, más allá de nuestras fronteras, el pasmo ante lo que nos ocurre en España es general. A Rajoy, que sigue siendo una figura bastante respetada en los ámbitos -incluso socialdemócratas- de la UE, le achacan su indecisión, su inmovilismo, sus dudas a la hora de cortar por lo sano con una corrupción "a la que más bien parece que quiere amparar" te dice alguno. Y yo digo que creo que no es eso: es simplemente, que a Rajoy se le achaca, como factor negativo el carácter del propio Rajoy, empeñado, y le ha ido bien con eso, en dejar que se le pudran los problemas, disimulándolos en lugar de atajarlos.
Y todo hace pensar que ahora volverá a ser lo mismo: ni dirá una palabra en contra de sus sempiternos enemigos internos Aguirre y González, ni exigirá el cese o, al menos, que comparezca ya ante el Parlamento acompañado de su jefe el fiscal general, el encargado de la Fiscalía Anticorrupción, Manuel Moix, que ha permitido que se fomente la imagen de que trabajaba más bien por el interés moral de un personaje tan viscoso como Ignacio González que por el valor ético de los españoles. Que ya digo que no quiero pensar que eso haya sido así: pero la lectura de los periódicos de este viernes, el tono de los comentarios radiofónicos, te induce a desconfiar de una institución que demasiadas polémicas ha suscitado. ¿Cuántas veces se ha dicho que la figura del máximo responsable de la acusación no puede seguir siendo designada `a dedo` por el Ejecutivo? Ponga en marcha hasta el final Mariano Rajoy sus acuerdos al respecto con Ciudadanos, hágalo ya, y se habrá apuntado un tanto en medio del marasmo que parece sacudir a su propio partido, a los de la oposición y, en otro orden de cosas, a las formaciones políticas de media Europa.
Rajoy, ya mismo, desde mucho antes de acudir a declarar como testigo en el `caso Gürtel` -y ojalá no lo haga por plasma--, tiene que infundir algo de sensatez al desmán generalizado que tanto ha contribuido a que perviva. ¿O es que había un solo español que dudase de los malos pasos tantos años dados por quien llegó a presidir la Comunidad de Madrid, nada menos? ¿O es que las lágrimas de Aguirre nublarán tanto tiempo de encubrimientos? ¿O es que Rajoy puede escudarse, sin que la ciudadanía se escandalice aún más, en que él tampoco se enteró de nada?
No: Rajoy tiene que asumir el liderazgo de manera mucho más activa. Y eso implica dejarse algunas plumas en el tejado de las decisiones tajantes. No puede esperar hasta el otoño, o a que le aprueben o no sus Presupuestos, o a que Puigdemont convoque su referéndum imposible, o a que Junqueras se suba al balcón de la plaza de Sant Jaume para proclamar -insigne brindis al sol, que afortunadamente nadie se ha tomado en serio- la República Catalana. Insisto: no; alguien tiene que dar los gritos de la sensatez, no meramente mantener los silencios del sentido común. Los problemas ya no se pudren: estallan.
Me comentan compañeros de mesa portugueses la última `gracieta` de la Generalitat. Acudiendo al primer acto de un recorrido por sus `embajadas` en Europa, conmemorando, parece, el inminente día de Sant Jordi, Raül Romeva tuvo en Lisboa la humorada de equiparar el `procés` catalán... ¡con el 25 de abril portugués!. Estuve, como corresponsal, en aquella gesta de la que el próximo día 25 de abril se cumplirán cuarenta y tres años, y en la que los militares se rebelaron contra la dictadura salazarista. Menudo dislate el de mi amigo, el `embajador` de la Generalitat en la capital lusa, Ramón Font, hablando, en plano de igualdad, de lucha de liberación en ambos casos, el de los catalanes de Puigdemont y el de los portugueses de Spínola. Con decirles a ustedes que trataron de comparar la `gesta` cantautora de Lluis Llach, que por allí andaba presente, con la del músico José Afonso, cuya canción, `Grándola Vila Morena`, sirvió como contraseña para la puesta en marcha de los soldados que traían la democracia, ya les digo a ustedes bastante.
Pues eso: que Rajoy, que seguramente nunca habrá escuchado completa la bella canción dedicada a la localidad cercana a Setúbal, ni tampoco se interesó en sus años universitarios por la `nova cançó` catalana -le pillaba demasiado lejos--, debe ser quien, a golpe de talonario de aciertos, reconduzca una situación que se nos va de las manos. Y tiene, claro, que empezar por poner orden en casa, antes de que, desde la oposición y desde las propias filas amigas, le, nos, aumenten el caos. Así que pienso que aún nos queda una temporada de Rajoy... si él quiere, ya digo.

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