Opinión

Setién, un mal recuerdo

Se dice que es una crueldad hablar mal de los muertos, pero si lo hacemos de Franco por ejemplo, por qué no vamos a poder calificar como mal hombre al recién fallecido José María Setién, que durante 28 años, entre 1972 y 2000, los más sanguinarios de ETA, fue obispo de San Sebastián y colaborador moral necesario de la banda terrorista.
 Colaborador moral no es quien pone a su disposición locales o armas para matar, sino quien da apoyo espiritual a los asesinos con coartadas retóricas, justificándolos en los sermones, exonerándolos con sinuosas disculpas.
 Con marcado acento de Guipúzcoa, donde había nacido hace 90 años, hablaba con una vocecilla suave, algo femenina, aterciopelada, que muchos españoles recuerdan por sus homilías bífidas, venenosas, en sus momentos de mayor autoridad.
 Lo recuerdan también caminando impávido, con mirada despectiva sobre los dolientes familiares de los muertos por ETA que le pedían un rezo.
 El 24 de febrero de 1984 se negó a abrir la catedral de San Sebastián para celebrar una misa por el senador socialista y católico Enrique Casas, asesinado por ETA un día antes.
Muchos católicos se preguntan qué está pasando en España, donde el setenta por ciento de la población se dice católica pero de la que solo va a misa el diez por ciento, gente cada vez más anciana.
Aunque no torda, parte de la respuesta puede estar, junto con las conductas inmorales de algunos clérigos, en comportamientos como los de Setién y de tantos sacerdotes vascos que apoyaron el nacimiento y desarrollo de ETA.
Como hacen sus hermanos catalanes, aunque de momento sin violencia mortal, cimentando un nacionalismo que, como descubrieron gentes nada religiosas, como Mitterrand, conduce a las guerras.
Pese a todo, que Setién tenga buen viaje.

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