Opinión

Se acabó la gasolina

Con la avidez por la notoriedad que caracteriza las acciones de este nuevo Gobierno que está tan largo de diseño como corto de enjundia y solidez, se ha puesto en el circulación la elaboración de una próxima ley sobre las características futuras de los vehículos de motor que, en consonancia como esa vocación por lo sorprendente mostrada por el ejecutivo desde su llegada a la Moncloa, nos ha cogido a todos con los rulos puestos. La mayor parte de la población nacional conduce automóviles accionados por carburantes derivados del petróleo, esa sustancia escondida bajo las entrañas de la tierra que debemos en gran medida a la desaparición de los dinosaurios,  aunque la legislación que se prepara aspira a acabar con esta fórmula en veinte años más o menos y, a partir de ahí, ni siquiera los híbridos disfrutarán de capacidad de supervivencia. Todos los coches serán eléctricos o a  eso al menos  aspiran nuestros gobernantes, aquellos que se han liado la manta a la cabeza y han lanzado su apuesta por una nueva legislación que acabe con la gasolina y el diésel como quien lanza una pedrada al aire a ver qué pasa. Naturalmente, los fabricantes de automóviles se han quedado patitiesos porque la especie ya está en el aire pero nadie sabe cómo se va a articular el marco jurídico que regulará una situación que al menos en nuestro país está en pañales y no había sido analizada hasta el momento. El Gobierno  ha creado un ministerio de Transición Ecológica al mando del cual ha colocado a una señora llamada María Teresa Rivera y se supone que habrá que dar a ambos alimento.
Sospecho que el mundo camina hacia el desarrollo de energías limpias que contribuyan a no empeorar al menos el futuro incierto de la salud del planeta. Por tanto, la paulatina implantación de un modelo de automoción que utilice sustancias no contaminantes parece una idea razonable. Pero resulta menos lógico sacarse un tema de tanta trascendencia poco menos que de la chistera. Ni hay un modelo lógicamente testado y aceptado por todos los agentes sociales, políticos, económicos y  energéticos,   ni existen por el momento bases sólidas para implantar este escenario. La industria del automóvil se queja, como muchas otras, de lo de siempre. Improvisación, inestabilidad y sorpresa.

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