Opinión

Sacar de quicio

Si bien hay     que entender como lícito el propósito de obtener de ciertos aconteceres el mayor rendimiento posible, lícito también habrá de considerarse poner en duda los métodos que se empleen cuando lo que se busca es únicamente este fin a cualquier precio. Poco importa que el campo no se llene y se pierda la mayor parte del encanto si se consiguen ciertos objetivos. Así, la final del trofeo que en España dirimen a principio de temporada el campeón de Copa y el campeón de Liga se ha llevado este año a Tánger. Claro que más disparatado es que los campeones europeos disputen la Supercopa de Europa en un minúsculo estadio llamado Le Coq Arena con capacidad para 14.000 espectadores –la mitad del aforo de Balaídos-  situado en la ciudad de Tallin capital de Estonia, de acendrada y larga presencia en el panorama futbolístico europeo. Se da además la curiosa circunstancia de que ambos equipos participantes no solo pertenecen al mismo país que es España, sino que tienen su sede en la misma ciudad que es Madrid. Sospecho que en plenas vacaciones y con la Liga a punto de iniciarse, muy pocos hinchas de ambos equipos –Real Madrid y Atlético- van a ponerse en marcha para ir hasta la modesta capital europea que dista por carretera 3.714 kilómetros de Madrid para ver en directo el partido.
Supongo que este tipo de frivolidades están a la orden del día. Las vueltas ciclistas más famosas del mundo ya se inician en la mayor parte de los casos en territorio extranjero, y los campeonatos deportivos con mayor incidencia están ya organizados al alimón por varios países  que se mancomunan para la ocasión. Pero esa práctica que puede generar algunas dudas pero que suele ofrecer buenos resultados no tiene por qué causar deterioro al producto como en mi opinión se han deteriorado dos competiciones de fútbol a las que los dirigentes de sus órganos de decisión respectivos han conducido irremediablemente al ridículo. A mí la visión de graderíos vacíos en la disputad de la Supercopa de España me ha producido una sensación muy desagradable y la certeza de que todo vale y se admite con tal de conseguir determinados objetivos. Los cuales, por otra parte, no tienen que ser forzosamente los de los hinchas de ambos equipos.
 

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