Opinión

Puigdemont, periodista

Cuando los periodistas pasan de informar u opinar sobre política a ejercerla que tiemble la ciudadanía porque generalmente serán Atila para quienes sufran sus ideas y poder, como le pasa a los catalanes bajo la presidencia Carles Puigdemont.


 De 54 años, es un periodista metido a político que, como suele ocurrir con quien pasa de informar u opinar a ejercer la política, lo que toca concluye en desastre.
Ahora lleva a Cataluña, más que a una catástrofe, al ridículo con su referéndum imposible, o de juguete, que sólo sus amigos más íntimos creen que tendrá éxito.
 Tenía una pronta vocación periodística. Comenzó de adolescente a enviar crónicas de fútbol a los periódicos gerundenses. Luego decidió estudiar la carrera, aunque ni siquiera la inició porque enseguida entró en los medios de la propaganda nacionalista pagados por la Generalidad.


 Siempre cobró del dinero público, primero en El Punt, diario gerundense sostenido por las instituciones controladas por el nacionalismo, luego de otras empresas sostenidas, y era tal su fervor patriótico que en 1999 la Generalidad le encargó crear la Agència Catalana de Notícies (ACN).


 Diputado autonómico en 2006, mantuvo con subvenciones un periódico en inglés en el que trabajó e introdujo a su mujer, y resultó elegido alcalde de Gerona en 2011 después de 32 años de administración socialista dilapidados tras la fracasada Generalidad tripartita de Maragall y Montilla (2003-2010), realmente controlada por los independentistas de ERC.


 Tras colaborar con Artur Mas en el hundimiento de Convergencia y ahora de su sustituto, el PDeCat, como presidente de la Generalidad desde 2016 quiere quemar a ERC en el referéndum, inhabilitar a sus responsables y él librarse de firmar documentos.
 

Sería mejor para todos que como periodista firmara una crónica sobre este suicidio.


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