Opinión

La ¿próxima? entrevista Rajoy-Quim Torra

Cuando, hace tres días y gracias a una oportuna filtración, intuí que Quim Torra podría llegar a ser -jamás lo habría pensado... él mismo- el nuevo molt honorable 131 president de la Generalitat, se me pusieron los pelos como escarpias, lo confieso. Conocía sus tuis groseros y supremacistas, impropios del intelectual e historiador más o menos orgánico que él pretende ser, conocía la opinión que de él tienen quienes compartieron militancia y hasta farras gerundenses. Y conocía el criterio de algunos vecinos de despacho allá en la multinacional de seguros en la que trabajó en Barcelona y en Suiza.¿Ese señor, presidiendo una de las dos autonomías más importantes de España, palabra que él se resiste a emplear? Maaadre mía, me dije. Y, sin embargo...
Y, sin embargo, con esos bueyes, con perdón, habrá de arar Mariano Rajoy cuando le reciba, cosa que fervientemente espero que haga, en La Moncloa. No ha querido el presidente del Gobierno central hacerlo con quien ostenta hasta hoy la máxima representación oficial del independentismo (en libertad, digo), el president del Parlament Roger Torrent; tendrá que hacerlo cuando Torra, de quien sin duda conoceremos en los próximos días declaraciones intempestivas hacia `Madrit`, sea presumiblemente investido; y digo `presumiblemente` porque se puede esperar cualquier cosa de la loca deriva catalana, a la que Puigdemont, al designar muy `a dedo` a su posible sucesor, ha imprimido un grado más de insania.
Claro, uno tiende a esperar todo y nada de ese encuentro, si es que, ya digo, se realiza, que habría de realizarse, porque Rajoy, presidente accidental de la Generalitat con el artículo 155 de `manu militari`, tendrá que hacer algún peculiar traspaso de poderes. Como pienso que debería haber una audiencia de Torra con el Rey Felipe VI, jefe del Estado: su padre, Juan Carlos I, ya se encontró hace trece años con quien entonces representaba el `summum` del independentismo, el entonces president del Parlament Ernest Benach, y salió del encuentro muy sonriente, diciendo aquello de que "hablando se entiende la gente". Benach anda hoy, creo, asesorando sobre comunicación a quien se deje, alejado de farras y algaradas. No parece ser esa, la de entenderse hablando, la máxima rajoyana favorita, como no lo ha sido, en general, la de los `indepes` catalanes, máximos responsables, sin duda, de que las cosas hayan llegado hasta donde han llegado. Ni tampoco parece ser, dicho sea de paso, ese talante de diálogo el que caracteriza al último Albert Rivera, lanzado a toda velocidad y sin freno por las peligrosas carreteras del unionismo a ultranza. Mal vamos.
De lo poco que conozco a Rajoy -a ver quién puede presumir de conocerlo bien en el ámbito periodístico, al que rehúye tanto- y de lo poquísimo que me llega sobre Torra deduzco que de ese encuentro, que ya digo que me parece inevitable, pueden salir muchas chispas. Sobre todo, porque aquí nadie sigue el ejemplo magnífico de Adolfo Suárez y Josep Tarradellas, quienes, tras sacudirse de lo lindo en su encuentro a puerta cerrada en 1977, salieron, por separado eso sí, ante los chicos de la prensa para decirles que todo había ido como la seda: inauguraron treinta años de conllevanza. No: ahora, la cosa es sacar pecho y a ver quién pisotea con mayor vigor los argumentos del de enfrente, suponiendo, claro está, que Torra venga con algún argumento más allá de esos tuits que ahora trata desesperadamente de borrar, lo que ya es, al menos, algo.
Rajoy tiene, pues, una oportunidad, una más, para mostrarse como el estadista al que él, no obstante, ha venido sustituyendo por el hombre prudente y más bien, utilizando jerga al uso, `amarrategui` que emprendedor. No, Rajoy, de cuyas virtudes tenemos muchas pruebas, no es el estadista imprescindible, pero tendrá que mostrar que tiene muñeca, mano izquierda, talante y talento, y no solo magistrados del Supremo y de la Audiencia, para enfrentarse a esta nueva prueba a la que el inestable, ejem, Puigdemont ha querido someterle, someternos. Me parece que la semana próxima va a ser sencillamente apasionante para un mirón profesional como quien suscribe, aunque quizá algo triste para un español que se pretende patriota como el que sigue suscribiendo. Esto, me temo, no se ha arreglado con la designación, no precisamente en unas primarias democráticas, del títere titiritero, ale-hop, de feria en feria.

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