Opinión

Preguntas pendientes de aquel 23-F

El 23-F sigue sin explicarse a fondo: ni se sancionó a todos los implicados, ni se investigó al trama civil ni se conoce la conversación de Armada con Juan Carlos I, poco antes del golpe, que el primero no usó en su defensa por lealtad al Rey, tras serle denegado el permiso que solicitó para hacerlo tal y como cuenta en sus memorias. El Rey pidió al día siguiente del intento de golpe “prudencia” a los principales dirigentes de los partidos, según narró Santiago Carrillo en sus memorias.
Lo que, sin duda, mejor explica en qué paró todo aquello es el hecho de que el oficial de la Guardia Civil sublevada que mandaba el despliegue exterior de los golpistas salió tan bien parado que llegó a coronel, sin el menor obstáculo en su carrera, e incluso era paradójicamente, el responsable de examinar sobre la Constitución a los agentes que deseaban promocionarse dentro del cuerpo. En estos años transcurridos, algunos altos oficiales golpistas, ya retirados, han confesado que estaban con el golpe, aunque nunca llegaron hasta ellos.
Hay dos elementos claves, ambos en las memorias de dos protagonistas de aquel día, aunque en planos distintos: el ex preceptor y jefe de la Casa del rey Alfonso Armada, y el secretario general del Partido Comunista. Repasar sus memorias ayuda a cubrir muchas lagunas y preguntas sin respuestas.
En el primer epílogo de su libro exculpatorio “Al Servicio de la Corona”, el ex general Alfonso Armada escribe: "La verdad es que estuve toda la noche tratando de sofocar la revuelta y no hice nada sin conocimiento y autorización superior Me llena de indignación que piensen que he sido desleal al rey. ¡Desleal yo al rey! Nada más incierto. En mi última visita el 13 del mes pasado, en La Zarzuela, ya le dije que había descontento en el Ejército. No pude hablar del golpe del teniente coronel Tejero porque no sabía nada de él. Conté a su majestad todo cuanto yo sabía. Lo mismo hice con el teniente general Gutiérrez Mellado. Nunca he ocultado nada a mis superiores." 
En el epílogo definitivo, el 25 de octubre de 1983, Armada se refiere a dicha conversación clave con el Rey el 13 de febrero de 1981, que según dice, no fue autorizado a emplear en su defensa, pese a pedirlo por carta manuscrita. Este hecho ha sido repetidamente ignorado lo que dio lugar a diversas interpretaciones, incluso atribuyendo a Armada un papel semejante al que el general Tojo asumió en el Japón con respecto a la propia responsabilidad del emperador Hiro-Hito en las atrocidades japonesas de la II Guerra Mundial.
Armada concluye su alegato: “No engañé a nadie. El doble juego que me atribuye la sentencia de la Sala 2.a del Supremo no puede sostenerse leyendo las declaraciones de los testigos presenciales recogidas en el sumario. Antes de ir al Congreso, hablé con La Zarzuela y con el JEME. Comenté ampliamente el asunto con mis compañeros. […] Cumplí rigurosamente lo ordenado. Tampoco quise engañar al teniente coronel Tejero; le hablé con claridad; le ordené que retirase la fuerza; le ofrecí el avión; le insistí durante más de media hora. Llamamos a Valencia. El general Miláns trató de convencerle. No fue posible. Fracasé, pues, en mi gestión de liberar a los diputados".

El testimonio de Carrillo
Sabemos, y ahí está el testimonio de Carrillo, que hubo una petición del Rey a los dirigentes políticos de prudencia, lo que confirma que en el asunto del 23-F no se llegó al fondo. En sus memorias, el relato del entonces secretario general del Partido Comunista es más preciso que en las declaraciones a los medios:"Al anochecer [del 24 F], tras haber descansado un poco, el rey convocó en la Zarzuela a los líderes políticos. Acudimos Rodríguez Sahagún, Fraga, Felipe González y yo. Cuando llegamos estaba también Adolfo Suárez, presidente saliente que se había portado gallardamente esa noche. Una vez reunidos el rey nos leyó una declaración en la que, en definitiva, se nos exhortaba a hacer una política que superara hechos como los acaecidos, pues si se repetían no era probable que a él le dejaran las manos libres para sofocarlos. Se nos decía además que era preciso exigir responsabilidades a los jefes comprometidos, con energía, pero sugiriendo que la represión no alcanzase a demasiada gente pues podría provocar un problema mayor: aunque no fueran éstas exactamente las palabras pronunciadas, ése, inequívocamente, era su sentido". 
De las repetidas palabras de Santiago Carrillo se desprende una clara conclusión: La depuración de las responsabilidades e implicados (algunos fueron apareciendo más tarde), en el intento de golpe de Estado de 1981, se llevó a cabo de manera discreta e incompleta, sin llegar deliberadamente al fondo del asunto. 
Cada 23-F, pese al tiempo transcurrido las mismas preguntas esperan respuesta. Y han pasado 36 años. Por cierto que cuando, tras al intento de golpe de Estado, entrevisté al general Gutiérrez Mellado y le pregunté en qué pensaba cuando de modo tan gallardo quiso reducir a Tejero, me dijo: “Que por nada del mundo volviera a haber en España otra guerra civil”.
 

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