Opinión

Payasos diabólicos

Pues, dilecta leyente, hace unos días falleció Popov, el querido payaso de los niños rusos. A mí, como dijo John Donne: “La muerte de cualquier hombre me disminuye” pero, cuando se trata de un clown, mucho más, pues parece como si la risa infantil se eclipsara por un momento y a los mayores se nos formara un nudo gordiano en la garganta.
Al menda desde que desaparecieron los hermanos Tonetti, con su estudiada candidez que escondía una edulcorada crítica social de los pueblos por donde actuaban, que solo los mayores pillaban pero que incitaba a la risa de los propios aludidos, ya ni Alfonso Guerra le hace gracia. Claro que éste ha encontrado su continuidad en el autodenominado “Gran Wyoming”, el considerado clown de la “abyecta rojería”.
Será por eso, que ya los payasos se han vuelto diabólicos y se dedican a hacer fechorías (agravante de disfraz). Ya lo dijo El Coletas: “Hay que dedicarse a asustar”. Y es que estamos en un momento en que la ingenuidad tiende a ser sustituida por la acritud, que diría González. Se cambian los contenidos de los cuentos infantiles, desposeyéndolos de sus valores éticos. Los muñecos del guiñol violan monjas y dan vítores al terrorismo y los juegos electrónicos dan ganador al que más ancianitas apiole. Y luego nos extraña que haya cada vez más padres que pidan medidas de alejamiento contra sus hijos; que niños de 12 años se mueran por intoxicación etílica y que otros fallezcan al descolgarse por la ventana a través de las sábanas para acudir al botellón; que el acoso escolar al más débil se incremente, y que los profesores sean agredidos por sus alumnos o sus padres, que quieren que los chavales aprueben sin esfuerzo; que aquéllos no quieran que otros profesionales evalúen su trabajo, a pesar que tener las tasas de abandono escolar y rendimiento de las más bajas de Europa, etc. 
Pero, en fin, yo quería hablar de Popov, que supo encontrarle humor al siniestro régimen soviético llegando a ser honrado con el título de “Artista del pueblo de la Unión Soviética” y que quiero creer que con su simpatía, ablandando el corazón de los altos jerarcas comunistas, haciéndoles ver que con el puño cerrado no se puede dar un apretón de manos, cooperó a la caída del vergonzoso muro de Berlín, aprovechando el momento para irse a vivir Alemania Occidental. Murió a los 86 años estando de gira, porque la risa sana no puede jubilarse, y lo hizo como los seres beatíficos: sin mostrar ningún tipo de queja ni manifestación de dolor.
Como posiblemente sea uno de los últimos payasos clásicos, a mí solo me queda emular a otro clown, que también nos dejó: ¡Uuuuh! 
 

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