Opinión

Palabra de un Rey

El discurso de Felipe VI ante los poderosos de la globalización mundial en Davos les envió una alerta sobre los dos peligros ideológicos a los que se enfrenta España y que les llegará a ellos: el nacionalismo y el populismo.
 Muchos españoles racionalmente republicanos, aunque monárquicos empíricos mientras la Corona sea útil, sintieron que el Rey les representaba con su discurso, en la forma y en el fondo.
 En la forma, por ese inglés perfecto que muy pocos no anglohablantes de nacimiento pueden emplear y que muestra una cuidada formación, y en el fondo porque fue él el primer jefe de Estado que resumió con precisión las preocupaciones sobre las que los otros líderes trataron en días siguientes.
 Sobre todo los dirigentes europeos Angela Merkel y Emmanuel Macron, que saben que, si no se ataja, el nacionalismo catalán puede contagiarse a otras regiones de la UE como una peste al que se añaden los populismos –realmente los nacionalpopulismos- capaces de destruirla y de devolvernos a los tiempos de las guerras territoriales.
 La retórica del Rey fue la clásica de introducción, nudo y desenlace: España como alerta para el mundo desarrollado tras el problema creado por el nacionalpopulismo catalán; el nudo, explicando cómo el Estado normalizará la situación, y que es lección para otros países.
 Y el desenlace: España evitará que el mal se extienda y seguirá siendo un país de Europa atractivo para la inversión; ese ataque a su integridad lo es a toda la UE, no sólo a ella, y está dejándose atrás.
 Felipe VI está adquiriendo peso como orador: su discurso a los españoles tras la declaración de independencia ya había impulsado a los partidos constitucionalistas a parar el nacionalpopulismo, suma de nacionalistas y a sus aliados populistas.

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