Opinión

Padres que tenéis hijos

Cuentan que el político  e inventor Benjamín Franklin –suyas son por ejemplo las lentes bifocales y el pararrayos, artilugio en cuyo desarrollo estuvo a punto de dejarse la vida- tuvo una vida plena únicamente ensombrecida por las relaciones con uno de sus hijos. El defensor de la independencia de su país, embajador, escritor, tribuno y jurista fue padre de un hijo natural llamado William al que acogió en casa y educó con sus dos hijos legítimos. En contra de las creencias paternas, William no solo se mostró vehemente partidario de la pertenencia a la Corona británica sino que se apuntó voluntario al ejército británico en el que alcanzó el grado de capitán y una vez concluido el conflicto  se domicilio en Inglaterra y se desvinculó por completo de su familia colonial. Padre e hijo no volvieron a dirigirse la palabra en todos los días de su vida.
No es un caso aislado el de Franklin hijo sino, muy al contrario, más frecuente de lo que cabría suponerse y los expertos en el comportamiento humano sospechan que no es más que la respuesta  que cierto tipo de personas exteriorizan ante la presencia de un padre autoritario que no tolera que le lleven la contraria. Cuando su descendiente se encuentra a si mismo con capacidad para tomar decisiones, hace estrictamente lo contrario de lo que le ha sido impuesto papá. Si papá se ha empeñado en que yo sea madridista, me hago socio del Atlético, y si desea que siga la tradición familiar en el campo de la abogacía, estudiará para médico. Y si papá es cristiano, me convierto al Islam.
Esta situación de ruptura impregnada de venganza se ha impuesto con excepcional ferocidad en los ámbitos de los nacionalismos, en los que subyace una vena fascista que estremece. Una no despreciable parte de los impulsores del nacionalismo vasco del siglo XX que derivó en la constitución de la banda terrorista ETA eran hijos de padres castellano-parlantes nacidos en la meseta e incluso de guardias civiles. Casos, por otra parte equivalentes a los que se ofrecen en entre lo más granado y febril del secesionismo catalán, algunos de cuyos apellidos denotan el inequívoco proceder de aroma charnego en cuya captación no es necesario tener un olfato muy fino. Carod  Rovira, por ejemplo, era hijo de un aragonés suboficial perteneciente al cuerpo de carabineros, mientras el padre de Iñaki De Juana era un médico falangista natural de Miranda de Ebro que bautizó a su hijo como José Ignacio. El padre de Josep Lluis Trapero era un taxista de Valladolid y su hijo se llamó José Luís hasta hace bien poco. Y así… Lo de los ocho apellidos queda para las películas.

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