Opinión

Padres primerizos

Pues, dilecta leyente, permítame que, arrobado por estas fechas tan entrañables de la Navidad, fije mi atención en los nacimientos, en estos tiempos en que baja el índice demográfico, con gran preocupación de los “jubiletas”, que no tienen tan claro quién va a trabajar para que ellos puedan cobrar su currada pensión.  A lo mejor es por eso que los abuelos cuidamos tanto a los nietos, que vemos como futuras rutilantes estrellas del balompié o la pasarela, que nos saquen de la miseria.
Unos porque no son, precisamente, campeones en fertilidad, otros porque intencionadamente retrasan el momento de aumentar la familia, otros no quieren saber de críos, sin más, y luego cuando la madre naturaleza se los endiña se vuelven locos con el retoño.
A mí me han tocado de cerca dos casos. En uno, “Anita”, con un par se semanas, vino a este pícaro mundo más deseada que un bocadillo de jamón ibérico en Ruanda, de padres pasada la treintena (me refiero los 30 abriles). En este caso, no fue un retraso de paternidad intencionado, sino que, por el contrario, Anita fue el resultado de una intensa búsqueda, hasta que la diosa fortuna quiso premiar tanto anhelo para que pudieran volcar todo su acumulado amor en ella. Tanto Pablo como Irene son hoy unos felices progenitores.
El otro caso es el de una joven pareja, recién rebasada la adolescencia, que van a tener en estos días a Ágatha y que les parecerá como una coleguilla más, dada su envidiable juventud. Pero ser joven no significa ser irresponsable y Christopher y Jennifer serán unos excelentes padres. Christopher, viendo la que se le venía encima, se puso manos a la obra hasta conseguir un trabajo fijo con el que independizarse para darle un cálido  hogar en el que poder centrar toda su atención sobre la pequeña. Ágatha será, sin duda, una niña afortunada. Tendrán los lógicos problemas de unos padres primerizos, pero para ayudarles están las abuelas, como Carla, que para eso tuvo a Christopher casi niña y supo sacarlo adelante, sola. Mejor espejo no lo van a poder encontrar. 
Y es que con la llegada del primer bebé es normal que les entre un pánico constante, lo vayan a ver cada minuto para comprobar que respira y coloquen a su pareja, su madre, el pediatra y la guardería en los primeros números de marcación de su móvil. 
Deben tratar de vencer la tendencia a consultar cualquier síntoma de la niña con Internet, o se volverán locos. Pasar también de opiniones de amigos y vecinos y fiarse de sus madres. No en vano ellas son capaces de deducir que es lo que tiene con tan sólo haber escuchado gorgoritear al bebé por teléfono.  
 

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