Opinión

Nos quitamos el sombrero, para despedir a la urbanidad

Para no enzarzarnos en discusiones sobre lenguaje, recurrimos al “Diccionario de uso del español”, de María Moliner, edición de 1999, para la definición de urbanidad. La primera acepción de esta palabra es “Comportamiento en el trato  social con el que se muestra amabilidad y educación” y considera a la urbanidad como equivalente a cortesía. Que no, que no me alargue usted el debate, que lo habrá, seguro, que los españoles discutimos por nada…aunque la urbanidad es mucho.
A estas definiciones clásicas voy a añadir otra, mas importante a mi entender. Practicar la urbanidad conlleva una pérdida de derechos. ¿Qué es, si no, ceder el asiento en un autobús urbano a una anciana o un minusválido? O cuando perdemos el derecho que tenemos a ir por la parte interior de una acera estrecha y ceder ese lugar a una mamá con un niño.Ellos lo merecen.
Este es un problema también generacional. Los de mi quinta hemos mamado prácticas de respeto a los mayores, a los enfermos, a los padres y demás familia, a los abuelos, a los profesores...a medio mundo, en definitiva. 
Los adultos llevamos en la sangre ser educados y generosos con los desvalidos o las mujeres embarazados, por ejemplo. Los jóvenes de hoy en general –siempre hay excepciones para lo bueno y para lo malo- suelen hacerse los locos si aparece en el bus un viajero que por alguna circunstancia personal va mas seguro en el asiento que ocupa el muchacho y por si fuera poco, el sitio lleva el aviso de reservado para discapacitados. O toman posesión, en un grupo de dos asientos, ambos vacios, del que da al pasillo, con lo que el segundo viajero pasa las de Caín para acomodarse al lado de la ventanilla, procurando no caer sobre el vecino, como consecuencia del vaivén del autobús, con un conductor que debe tener en cuenta el consejo de la rapazada, cuando canta aquello tan tradicional de “Para ser conductor de primera, acelera, acelera…”  Si va usted a final de trayecto,  se llevará la sorpresa,  si es que puede uno sorprenderse por algo, del entusiasta de tocar pasillo, que además va al final del trayecto,  y ha tenido que soportar dos veces la salida de sus compañeros de ventanilla. Hay que decirlo todo: ese afán de chupar asiento externo para salir mejor en detrimento del que ha llegado mas tarde, lo hacen bastantes personas mayores.
¿Se nace o se hace uno urbanita? Vamos con mi caso, que es el que mejor conozco. Tengo una nieta que es con la que mas coincido en la calle, porque en casa viven con sus padres y mi esposa y yo, otras dos nietas, que estudian primaria como la primera. Nos alegran la vida. Pues bien, la callejera, ha aprendido que al andar por una acera estrecha, es mejor en fila india de uno en uno. Así, otro que venga en dirección contraria o por detrás, puede moverse bien, cruzarse con nosotros sin problema. Como era de prever, hasta ahora no nos ha dicho gracias una persona mayor, entre las docenas y docenas de viandantes  que nos encontramos.
Es evidente que la urbanidad, como otras actitudes, se mama en casa y se consolida en el colegio, o no existirá, momento en el que tendremos que quitarnos el sombrero. El sombrero, sí, seña de la urbanidad: hay que levantarlo para saludar, no lo puedes tener calado en un sitio cerrado, y otras normas no impuestas sino convenidas por la sociedad, en un pacto de convivencia. Pero el sombrero, como la gabardina, la boina, las corbatas y los zapatos convencionales,  han muerto con el paso del tiempo o están muy graves. Le he oído decir a un amigo que el Seat 600 había acabado con la gabardina. Cierta la tendencia, pero de la gabardina quedan restos: tengo una azul en uno de los armarios, pero rarísima vez tiro de ella. Se usa menos si tienes coche, que es casi innecesaria porque hay otras prendas impermeables y mas cómodas, que hacen innecesaria la gabardina. Caigo en  cómo ha desaparecido también el televisivo teniente Colombo, con un ojo de cristal, puede que de Murano.  Pero el caso de Peter Falk es otro: ha ido a llevar su gabardina a la tintorería.
No soy nostálgico, aunque  por vocación me paso media vida escrutando el pasado de Vigo y los vigueses. Pero me gusta que vuelvan aquellas maneras que tienen valores muy vivos: la cesión de un derecho como señal de respeto a los demás,  respeto también para los diferentes, por ejemplo. Si eres joven ahí estamos los viejos y están los niños…
Cuando voy a terminar esta pieza, me cruzo a las doce y media del mediodía de un día de la pasada semana, en la calle Pedro Alvarado, que empieza en Sanjurjo Badía, me cruzo, digo, con un grupo de jóvenes. Son chavales mitad por mitad ellas y ellos, de 15 o 16 años. En tanto uno de cada equipo lleva los ojos vendados, el otro pone su mirada al servicio de su pareja. Es una simulación, pero lleva tal carga  de urbanidad que me hace decirles chapó a ese grupo de chavales de Teis.
 

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