Opinión

¿Milagro o conversión?

Es un milagro. Uno tras otros, los ayer furibundos independentistas, los insobornables patriotas que formaban las vanguardias del movimiento de liberación de su patria catalana, han visto la luz; han caído del caballo imparable de su causa y ahora, de repente, reniegan de su pasado, prometen acogerse al amparo de la Constitución, lamentan y repudian sus errores. No hay otra explicación. Es un milagro. Es prueba de la protección que la Moreneta reserva a su pueblo. Los escapados a Bélgica parecen ser los únicos resistentes a la conversión aquí milagrosa. De palabra, claro.
Me aventuro a comentarlo, a expensas de que la Iglesia catalana lo sancione, a que los monseñores diversos que están con los anhelos de libertad de la oprimida Cataluña lo confirmen. La Iglesia debe verificar el milagro, tras un proceso contradictorio y escuchar el informe del “abogado del diablo” que actúa como contradictor.
Es de esperar que el paradigma de obispo catalán, monseñor Xavier Novell, obispo de Solsona lo rubrique Este purpurado es el que dice que "el derecho de los pueblos a decidir es más importante que la unidad de España", y eso es una suma teológica incontestable. Pero cabe duda de que la fe en la Constitución del católico Junqueras ha sido la mecha de devoción que se ha extendido entre las filas de los liberadores de Cataluña. “Benditos por ser perseguidos por la Justicia”, confortados por una parte de la Iglesia catalana.
Es un milagro evidente el hecho de que tanto el ex vicepresidente de la Generalitat, Oriol Junqueras, y destacados exconsellers que siguen en España han prometido respetar a partir de ahora el marco constitucional y han aceptado la aplicación en Catalunya del artículo 155 de la Constitución porque si fuera de otro modo, no hubieran participado en las elecciones del 21 de diciembre. A este arrebato de fe constitucional, a esta conversión milagrosa, se han unido los líderes independentistas, Jordi Sánchez y Jordi Cuixart. Pero han sido prudentes. No es que acaten el 155, sino que aceptan su aplicación. Pero se puede acatar por resignación, como en este caso, no por convencimiento. Se han resignado, pero no han variado de objetivos, sino de táctica.
Dios está con Cataluña, tal y como confirman algunos de los pastores de la grey cristiana de aquella comunidad. No en vano, en el templo de la Sagrada Familia, la sagrada cruz del altar monumental tiene como fondo una senyera. O sea, el símbolo de la fe universal debidamente acotada para los de casa. Novell no es el único que acota el sentido universal de la Iglesia. Menos ruidosos, pero en la misma línea de pensamiento, predican la fe del Señor Joan Enric Vives, arzobispo de Urgell y copríncipe de Andorra; el arzobispo de Tarragona, Jaume Pujol; el obispo de Girona, Francesc Pardo, y el auxiliar de Barcelona y administrador apostólico de Mallorca, Sebastiá Taltavull.
Resulta difícil para un cristiano ordinario comprender que Dios mismo tenga predilección por una parte de la comunidad cristiana de modo particular. En 2010, los obispos de Cataluña evacuaron el documento titulado “Al servei del nostre poble”, en el sentido de que ese “poble” parece ser solamente la comunidad residenciada en Cataluña y no todo el pueblo cristiano. Ya desde 1985, en otro documento precedente, redactado por el obispo Joan Carrera, titulado “Les arrels cristianes de Catalunya”, establecieron un marco concreto de relación del Creador con los catalanes diferenciado del resto de los fieles con otra vecindad civil. 
En 2006, un documento de la Conferencia Episcopal por 53 votos a favor y 25 en contra, concluía que la unidad de España era un bien moral; pero como se ve, los obispos nacionalistas catalanes creen que no se debe sacralizar la idea de España, la de Cataluña sí, “`porque es milenaria”. Predican que la Iglesia catalana traicionaría sus raíces si no bendice lo que decida su pueblo. Y en ese sentido, son las palabras de Hilari Raguer, monje de Monserrat, quien es capaz de combinar la doctrina general de la Iglesia, con una visión particular del asunto: “No hay pueblos y gobiernos que sacrílegamente se arrogan el derecho de imponer a otros su propia patria. No hay autoridad humana, ni civil ni tampoco eclesiástica, que pueda dictarme cuál es mi patria. Esto solo puede salir de lo más hondo de mi conciencia”.
El actual Papa tan locuaz en otros asuntos, se ha quedado a medias sobre caso, entrevistado por la Vanguardia sino que se limitó a decir “La secesión de una nación sin un antecedente de unidad forzosa hay que tomarla con muchas pinzas”. O sea, nada. Pero para eso están los milagros.

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