Opinión

Más eucaliptos que en Australia

En los últimos tres o cuatro meses anduve de un lado para otro, casi siempre en tren, y aquí he dejado constancia de ello al quejarme de la lentitud con la que se mueve cada vez que entra en Galicia: esos 60, 50, 40 o 30 kilómetros por hora a los que circula, en demasiadas ocasiones, cuando lo hace entre Ourense y Zamora y que, a fuerza de reincidir en soportarlos, se hacen precisamente insoportables.
Sin embargo lo que hoy pretendo resaltar es otra observación, casi tan peregrina como la anterior, derivada de haber viajado en AVE de Madrid a Sevilla, de Madrid a Valencia, de Madrid a Barcelona, después de haberlo hecho de Ourense a Madrid porque, hacerlo de Ourense a A Coruña, o de Coruña a Vigo es, ciertamente, algo muy distinto y, por supuesto, bastante más rápido aunque, como verán, igualmente deprimente; al menos desde el nuevo punto de vista que les presentaré ya que no desde el de la velocidad del desplazamiento que, la verdad, no les está nada mal.
Como algunos de ustedes ya saben soy algo entrado en años. Por ello recuerdo aquella Galicia de mi niñez y juventud en la que no había ni un solo trozo de tierra sin cultivar. Iba a escribir que ni una sola cuneta sin una vaca llevada del ronzal para que pastase a gusto, pero esa es otra cantata. El caso es que toda nuestra tierra era productiva; hoy, no.
Mientras uno recorre esas puñeteras comunicaciones españolas dispuestas en esa especie estrella de mar cuya boca, y por lo tanto cuyo estómago reside en su centro, dispuesto a deglutirlo todo, va comprobando que el verdor, por muy primaveral que haya sido, ha ido ocupando casi toda la superficie ferroviaria recorrida. España, en ese tiempo de primavera, de primer verano, en el que la he transitado, se me ofreció verde y cultivada. Enteramente cultivada a ambos lados de las vías del tren. 
Enormes aspersores de agua procedente de las entrañas de la tierra la mantienen así en las tierras que, los beneficios concedidos a la Mesta, a los enormes rebaños ovinos, convirtieron en áridas y las modernas tecnologías han reconvertido en verdes siquiera sea estacionalmente. El caso es que están enteramente cultivadas y pocos son los lugares a donde ese verdor no ha llegado.
Según ese proceso se iba desarrollando tenía lugar el inverso de abandono de los cultivos en la que, cuando yo era niño, los manuales de texto señalaban como “la suiza española”. Una cursilería que lo único que quería resaltar era el verdor que la cubría de forma que, ahora, el verdor es ya otro y apagado, oscuro y se diría que negro pues no solo han desaparecido cultivos de frutas y hortalizas sino que también lo han hecho los enormes sotos de castaños, los robledales que los gallegos seguimos llamando carballeiras y, con ellos hayedos y, aquí y allá, lugares ocupados por el tejo o los nogales, por los abedules y por los alisos de los que sólo conocí su nombre en castellano cuando tuve que traducir amieiro al que por ahí fuera es conocido como el idioma español.
El caso al que yo quería llegar es que, mientras el resto de España reverdecía, el paisaje gallego se iba poblando de sombras. Perdida la dulzura frondosa de las caducifolias, el país se nos fue poblando de lo que Pondal llamó “o escuro arume arpado” que ¿se canta? en nuestro himno nacional una vez que el país abandonó el verdor que lo ceñía. Galicia se ha ido poblando, y poblando, y repoblando de pinares mientas se iban talando las carballeiras y los soutos y las gentes abandonaban los cultivos para irse a otros países y poder enviar, desde ellos, los dineros que los bancos recolectaban en Galicia para con ellos hacer progresar otras zonas españolas. No dejará de haber quien opine que, este mío de hoy (y de siempre) se trata de un discurso antiguo. No crean estos que me alegra el que pueda seguir siendo vigente. Y no hay que culpar solo a los pinares y a los intereses que, de un lado y otro, los han ido implantando.
¿Sabían ustedes que Galicia tiene, en la actualidad, más eucaliptos que toda Australia? Toda aquella enorme isla continente, o continente aislado, lo que ustedes quieran, tiene menos eucaliptos que Galicia. Vayan ustedes haciéndose las preguntas que consideren oportunas pero empezando, si quieren, por la de por qué y para qué un país de apenas treinta mil kilómetros cuadrados de extensión cuenta con más eucaliptos que todo el continente del que estos proceden; luego, vayan obteniendo ustedes mismos las respuestas que consideren adecuadas.
Este dato, que conocí el otro día en Madrid, dado por persona seria y solvente como pocas, se me ofrece estremecedor y no puedo menos que parangonarlo con la reciente ampliación -¡a sesenta o setenta años!- de la presencia de la fábrica de celulosas ubicada en la ría entre las ciudades de Marín y Pontevedra. Tal barbaridad, que se califica por sí sola, no afecta únicamente a Marín o Pontevedra, a las distintas poblaciones de la ría por la contaminación que engendra, sino al conjunto de Galicia que seguirá reconvirtiéndose en un ácido país de eucaliptales cuando antes fue frondoso y dulce, ameno y lleno de una serenidad que los que ya lucimos canas recordaremos llenos de nostalgia y conscientes de que somos un país en extinción.

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