Opinión

¿Marruecos en Iberoamérica?

Seguramente es muy importante el viaje —relámpago— del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, a Marruecos, donde se verá este lunes con el rey Mohamed VI. De hecho, Marruecos suele ser la primera escala de los inquilinos de la Moncloa tras su toma de posesión como presidentes, aunque no lo fuese en el caso de Sánchez, que antes de acercarse a Rabat viajó a mil sitios, algunos lejanos, al otro lado del Atlántico. Esta visita estaba pendiente, pues, desde que en junio llegó a la Moncloa.
Si algo sorprende es que su anuncio se produzca en la XXVI Iberoamericana de Guatemala, donde la segunda noticia fueron los —¿frustrados?— Presupuestos Generales del Estado. Es decir, que la cumbre propiamente dicha quedó relegada en la agenda de España. Mala señal.
Sobre el papel, las cumbres iberoamericanas de jefes de Estado y de gobierno son las reuniones bienales —hasta 2014, anuales— de los líderes de los diecinueve países de América y tres de la península ibérica unidos por vínculos culturales, históricos y económicos dentro de la llamada área iberoamericana. En la práctica, mucha retórica, un anecdotario importante —¿quién no recuerda el "por qué no te callas" del rey Juan Carlos al presidente Chávez en 2007?—, ausencia de liderazgo y un temario tan amplio en el que los árboles no dejan ver el bosque. Esta vez, con el eje bolivariano ausente.
Sánchez pudo aprovechar al menos el anuncio del viaje a Marruecos para buscar un nexo común. Un doble nexo común. En primer lugar, porque su viaje al otro lado del Mediterráneo tiene que ver con la inmigración —la prueba es que viajará el con el ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska—; es decir, justo el gran tema de la Cumbre Iberoamericana, aunque en América suele expresarse en términos de migración, donde Estados Unidos juega el papel de Europa y algunos países latinoamericanos vendrían a estar en el lado que aquí ocupan muchas naciones de África. En segundo lugar, el presidente del Gobierno pudo contextualizar el vínculo con Marruecos con el de América Latina, donde hay países, como Colombia, que juegan un papel cada vez más importante en el reino de Mohamed VI.
El mundo de hoy ya no es bipolar, sino multipolar, y España debería entender esta nueva lógica, empezando por contribuir a la redefinición —no al ninguneo— de la Cumbre Iberoamericana. No ha estado mal en ese sentido el rey Felipe VI, que se nota que conoce bien América Latina, ya que lleva años y años asistiendo a las tomas de posesión de todos los jefes de Estado. En Antigua, el monarca español señaló como retos el cambio climático, la lucha contra la desigualdad y la pobreza, apeló a la base lingüística común y la sintonía que une a los países iberoamericanos, y propuso mantener esta comunidad activa y unida. Dentro de dos años, sea quien sea el inquilino de la Moncloa tendrá otra oportunidad de llevar los deberes hechos para poder hablar de Iberoamérica en la cumbre; no de los asuntos internos.

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