Opinión

Los símbolos que se apagan

Jeffrey Bezos, con sus lejanos ancestros situados en un pueblo de Valladolid, es uno de los cinco personajes más ricos del mundo, privilegiada posición a la que ha llegado gracias al desarrollo de la empresa más representativa del comercio electrónico, la emblemática Amazon que fundó junto a su mujer estableciendo su primera sede en un garaje. Entonces no se llamaba Amazon siquiera, pero la visión de Bezos le permitió advertir  las bondades de una línea de mercado usando las nacientes redes del ciberespacio que inició vendiendo libros a los que catalogó partiendo desde los stocks de librerías.
Bezos es uno de los emblemas del triunfo por uno mismo que predica la teoría del sueño americano, y pertenece a una generación posterior a los pioneros de la aplicación cibernética al mundo empresarial, los profetas Steve Job, Steve Wozniac o Bill Gates. Es diez años más joven que sus predecesores y cuenta también con una excelente formación técnica. 
En 2013, y haciendo ver el poderío de sus extraordinarios recursos que le permiten encabezar año tras año la clasificación de la revista “Forbes”, Bezos adquirió el “Washington Post” pagado por ello 250 millones de dólares, un precio que no parece escandaloso a la vista de que el comprador se quedaba con uno de los diarios más emblemáticos del mundo y hacia suyo también el entorno creado en torno a su cabecera compuesto de una veintena de diarios, otras cabeceras de pago y gratuitas, además de una infraestructura de producción con plantas en  varias ciudades y un conjunto de variopintas propiedades inmobiliarias que oscilan entre un edificio antiguo en Maryland y un puñado de acres improductivos en Main.
El sentir general  dictamina que la venta ha sido una catástrofe para el periodismo, y que la férrea política de rendimientos se ha cargado   el talante que siempre ha distinguido al diario. El “espíritu Graham” ha saltado por los aires precisamente ahora que una de sus hazañas de los viejos tiempos ha sido llevada a la pantalla. Bezos ha reducido sueldos, ha recortado plantilla, ha cerrado o ha vendido cabeceras, ha rebajado el dinero para periodismo de investigación, lo ha orientado al mundo digital y a estas alturas mantiene un contencioso con su plantilla de no te menees como le pasa con otros muchos de sus trabajadores. La familia Graham vendió urgida por la necesidad pero la operación ha convertido el viejo “Post” en otra cosa. En una tragedia on line.

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