Opinión

Los portavoces de Montero

Hace algunos años y para sacar de su sensato carril la justa lucha por la igualdad de la mujer, la entonces ministra Bibiana Aído –que sorprendentemente ha hecho carrera y de las buenas en organismos internacionales después de aquello- sorprendió a todo el Hemiciclo, y muy especialmente a su compañero de Gabinete el venerable profesor Gabilondo, con aquello de los “miembros y las “miembras” para tratar de mostrarse ante la Cámara como más defensora de la causa que nadie aún a riesgo de lesionar seriamente los intereses de una hermosa lengua como la castellana para la que semejante propuesta es, al menos por el momento, una aberración. Aído era una chica bastante insustancial con un currículo inflamado que Zapatero colocó de ministra de algo y  se distinguió por su aire juvenil y desenfadado como del que llega al ministerio tras gestionar una escuela de baile flamenco dependiente de la Junta de Andalucía.
Sospechaba yo que este disparate que  toma a nuestro idioma como blanco para campañas reivindicativas se había acabado con aquella anécdota y que esta estupidez contraria a normativa que se aplica nominando en todas las instancias el género masculino y femenino había amainado, pero tras aquella risión que rebajo la cocción del guiso, rebotó de nuevo. Volvemos a padecer esta tortura infame y equivocada si bien ignoro por qué la solución no se aplica en casos contrarios y por qué no comenzamos a emplear “atleta” y “atleto” o “periodista” y “periodisto”.
La última intervención por ahora en este controvertida línea se debe a la portavoz de Podemos en el Congreso, una joven de sangre caliente llamada Irene Montero -¿o será Montera?- que ha despachado uno por uno a sus rivales políticos en el interior de su partido descabezándolos sin piedad hasta hacerse un hueco a la derecha de Pablo Iglesias con el que comparte todo en esta vida incluso sentimiento. De ella es la nueva intromisión en la pureza del lenguaje con lo de “portavoz” y “portavoza”, que sorprendentemente y para disgusto sospecho de alguno de sus veteranos militantes, el PSOE se ha afanado en alentar y suscribir.
No se logran las causas con salidas del tiesto sino con el trabajo constante, sereno y digno. La incultura y el adoctrinamiento no son vehículos nobles para hacerlo. Y no se confundan los enemigos. El rival de ahora no es el idioma castellano -al que hay que cuidar con cariño y mimo- sino una sociedad a la que hay que hacer más justa y solidaria.

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