Opinión

Lobo-flautas

Estamos hechos de otros. Somos pavesa de Big Bang. Nuestro planeta es una mota de polvo suspendida en un rayo de la Vía Láctica ¿Cómo puede albergar tanta malignidad microcosmos tan ridículo? 
Astillas del mismo palo, hemos adorado a dioses estrafalarios, los hemos inventado a nuestra imagen, nos hemos matado y hemos muerto por ellos ¿Qué hay en nuestro ADN que nos empuja al exterminio? ¿Acaso el que hayamos nacido de una gran deflagración? 
El Apocalipsis ha empezado con el homo sapiens. El planeta volverá al ‘pulvis es’ con el arsenal atómico. Los dioses, arrepentidos, no harán más experimentos de vida inteligente. Pero entretanto seguiremos malquistados entre Abeles y Caínes; entre los ‘Antonio Vázquez’ y los córvidos humanos que picotean los ojos (desorbitados por el terror) de quienes los acogen. 
Veréis: El primer Antonio Vázquez es de Ribadavia: un pensionista que trabajó durante 40 años en la descarga del pescado en el Berbés, en Vigo. Neumonías, reuma y estrecheces consiguió comprar un piso en la calle Torrecedeira; cuando se jubiló, para redondear su mísera pensión, se lo alquiló a una familia joven. La crisis, la jeta y la madre que los parió, los ‘lobo-flautas’ dejaron de pagarle, y Antonio dejó que acumularan una deuda de 4.500 euros ‘porque la mujer estaba enferma y porque tenían dos hijos’. La Xunta –todos los que cotizamos, claro- le concedió a la familia de malhechores un piso nuevo en Salvaterra. Cuando Antonio entró en el suyo se le cayó el alma al retrete (si lo hubiera): el cuarto de baño inservible, la cocina destrozada, grifería, lavadora, puertas y ventanas desaparecidas; vandalismo puro y duro: 12.000 euros; el arreglo le comerá la pensión durante años. A los malos les dan un piso del trinque en Salvaterra, y a él lo dejan desahuciado de sí mismo. 
El otro ‘Antonio Vázquez’ es de Lugo. (Se llaman igual yo no me invento nada, la realidad escandaliza por sí sola). 54 años en la emigración en Venezuela. Trópico, calor, sudor y melanomas logró comprar una vivienda en el barrio de Eirís, en A Coruña. Ya octogenario, harto de pasar calamidades y canguelos, ansioso de olvidar y de vivir regresa para disfrutar el tiempo que le queda. Ah, pero una cuerda de malparidos ha tomado su casa por asalto. Lo chantajean, le piden dinero para devolverle lo que es suyo. Y se lo da: 1.000 euros, tratando de arreglar las cosas por su cuenta (apañado va si espera  que la ley se lo resuelva). Y cuando entra: muebles arrasados, cuadros arrancados, parqué de las habitaciones levantado, colchones en el jardín, y una plantación de marihuana, que era lo único ecológico, en medio  de un hedor nauseabundo. “Si al menos hubiesen conservado la casa”, plañía el pobre anciano.  
Pues no. Arrasaron como Atilas todo lo que disfrutaron como romanos depravados. Qué mierda los perro-flautas, ¿no? ¡Y qué mierda de justicia ésta! Llamadme facha pero… ¡Qué ley, aquella ‘ley de vagos y maleantes’! ¡Qué puntapié a estos tipejos en los cojones, si los tuvieran! 
Ah, y qué no me vengan con más cuentos los de la plataforma antideshaucios. Primero los que trabajan, después los desgraciados, y al final, si queda algo, los que desgracian. 

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