Opinión

Las manadas

Nuestros ancestros vieron llegar a las costas barcos cargados de mandas sedientas de violencia, codicia y sexo, de las que fueron víctimas cientos de mujeres. Los ejércitos de todos los tiempos asaltaron murallas y rompieron barreras llevando en sus mentes el premio de violar a las hembras de los pueblos derrotados. La reciente guerra incivil de 1936 está plagada de historias aún vivas en las que nuestras abuelas fueron martirizadas por el sexo de vengadores, de vencedores, de rencorosos… sin que las condenas estén escritas en los legajos de los juzgados, ni la Ley de Memoria Histórica haya servido para sacarlas a luz y reparar los daños.
En guerras recientes, como las yugoslavas, hemos visto como unas etnias subyugaban a otras sometiendo sexualmente a las mujeres, en nombre de las religiones, creencias o ideas políticas. Hoy mismo sabemos de atrocidades semejantes en la guerra de Siria, en los enfrentamientos tribales de África, donde hasta los Cascos Azules, enviados por la ONU a la República Centroafricana en 2014, violaron a más de cien mujeres sin que ese horror se haya visto condenado de forma ejemplar.
¿Cuánto pesa todo ese historial, del que los dos párrafos anteriores no son más que un simple esquema, sobre nuestra realidad y mentalidad presente? Me lo he preguntado leyendo las noticias y comentarios alrededor del juicio por la violación de una joven, contra cinco individuos autodenominados La manada. Cinco tipejos que al calor de las fiestas de San Fermín de Pamplona abusaron en 2016, con el mismo espíritu y filosofía de los machos de los anales, de una misma mujer asustada, indefensa y desconcertada.
El juicio goza de todos los ingredientes legales, de las falsedades adecuadas, de las verdades en tela de opinión, de la presión mediática amarillista, propia de nuestros días, para ser escándalo durante unas semanas y luego caer en el olvido. Porque sólo se juzgan unos hechos, una afrenta, un “incidente”. Nadie profundizará en todo el significado de la acción de una manada de bravucones, herederos directos de quienes contaminaron con su semen las violencias de género del pasado.
El mero hecho probado, de la relación consumada de cinco hombres contra una sola mujer en el portal de un edificio, debiera de ser objeto de condena y escarnio. Esa acción de manada animal merece no sólo la posible actuación aséptica de la justicia sino también una acción ejemplarizante de la moral universal. ¿Qué más da que acaben con sus penes en las cárceles, cumpliendo condenas sujetas a indultos y alivios, si no sirven para romper los eslabones de la cadena de la que forman parte?
Una cadena de violencia sexual y espiritual contra la que mañana, 25 de noviembre, clamaremos, nos pondremos lazos, nos manifestaremos y quizás recordemos a las hermanas Mirabal, víctimas de la dictadura de Leónidas Trujillo, cuyo asesinato dio origen a este día en el calendario laico. Sin embargo, el arraigo de las manadas seguirá culturalmente vivo, porque no logramos traspasar la piel del problema.  

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