Opinión

La sonrisa de la alcaldesa

Los trajines que me han deparado la salida a la venta de mi primera novela, me han obligado, entre otros muchos compromisos de los que no tenía costumbre, a viajar con cierta frecuencia a Madrid. Como eso de ser periodista aguza la curiosidad se esté o no en la pomada, traté de saber qué piensan a estas alturas los madrileños de su alcaldesa y cómo está el grado de cariño que  en sus conciudadanos suscita la figura de Carmena. No me ha sorprendido constatar que el fenómeno es muy parecido al que en su tiempo inspiró Tierno Galván. Es decir, hay algo infantil y noble en ambas figuras, ambas suscitan cariño y respeto y, del mismo que aquellos que conformaron sus respectivas corporaciones no resultan agradables al gran público, ellos se salvan sin grandes apuros de la quema. En este caso, los defectos que son múltiples y asoman por todas partes, se achacan a los concejales que componen el gobierno. La alcaldesa está por encima de esas minucias de corte administrativo. Es una postura cuestionable, probablemente injusta pero cierta.
Lo cierto es que el equipo de Carmena, como antes  ocurrió con el de Enrique Tierno, no ha hecho nada en realidad. Madrid está probablemente peor de lo que estaba y la gestión de la antigua jueza apenas ha existido. No hay nada que distinga su periodo y sus colaboradores han preferido hacer suyos logros que pertenecían a alcaldes anteriores a empeñarse en asumir retos nuevos. Política gestual que se distingue por ejemplo por reorganizar el callejero de Madrid aplicando criterios que a menudo han condenado este objetivo al ridículo. La alcaldesa prefiere bautizar de nuevo las calles existentes que abrir otras nuevas, del mismo modo que  conduce su trabajo por el camino de prueba/error y ejecuta ordenanzas sin testar y sin prever consecuencias hasta que no hay más remedio que revocarlas.
Y sin embargo, nadie ha puesto en la almoneda a esta señora que ha sabido anteponer la ternura a la gestión y la buena voluntad a los objetivos. La ciudad avanza y no por su mano, y sigue mostrando alarmantes y casi cronificadas carencias. Está desaliñada y se vuelve incómoda las más de las veces. Pero es una ciudad hermosa por si misma, cuajada de atractivos, capaz de progresar a pesar incluso de su corporación, y en estos últimos tiempos, favorecida por circunstancias externas que han contribuido a mejorar sustancialmente su estatus. Carmena, abuelita encantadora de todos, sonríe con sonrisa feliz y seguramente sincera. Aunque en verdad sea una completa inútil.

Te puede interesar