Opinión

La revolución catalana

Sin cinismo no es posible ninguna revolución. Esto lo saben bien los políticos catalanes que, como Lluís Companys, quieren salir al balcón de la Generalitat para proclamar la República Catalana en un nuevo 6 de octubre. El gobierno autónomo de Cataluña está soñando estos días con restañar falsas heridas históricas, procurando no tener en cuenta la verdadera realidad del presente ni del pasado. Una peligrosa actuación institucional, en la que las dosis de cinismo empleado, en todas las recetas y actuaciones, le confieren un halo revolucionario disparatado.
Esta revolución catalana arranca de una derrota, la sufrida por el candidato de la Corona de Aragón –de la que formaba parte el Condado de Barcelona- en la “Guerra de sucesión” al trono, dejado vacante por el inútil Carlos II. Si hubiera triunfado la alianza anglo-alemana a favor del archiduque Carlos, ¿Cataluña habría sido un reino independiente? Rotundamente no. ¿Perdió Cataluña identidad con el decreto de Nueva Planta que le impuso Felipe V en enero de 1716? El tiempo nos dice que no. Al contrario, ganó su espacio identitario real. ¿Las razones agrarias y sindicales para la proclamación de la República Catalana de 1934, tienen algo que ver con los espurios intereses de los independentistas de hoy? En absoluto. Por tanto el sueño de otoño catalán es una falacia sustentada por el cinismo.
El desatino de ERC, alimentado por la CUP y blanqueado por los restos de la Convergencia de Pujol, volverá a quedar en la historia como una nueva derrota, pase lo que pase. Contemplando serenamente los acontecimientos, las declaraciones de Madrid y Barcelona, los espectadores tenemos la sensación de asistir a una representación bochornosa y ridícula. Antes de ayer, escuchando a Felipe VI o viendo al diputado Rufián enarbolar una impresora en el Parlamento, observando las maniobras dialécticas de Rajoy y su traspaso de la gestión política al poder judicial, valorando los movimientos de Puigdemont y su corte de los milagros, leyendo las órdenes coercitivas de la fiscalía, contemplando a alguno de los 712 alcaldes “rebeldes” triturar documentos… veíamos que el esperpento ha llegado al poder. La gravedad de la situación es tan grande que los propios protagonistas no alcanzan a valorarla. Madrid y Barcelona han creado un campo de batalla en el que no sólo se juega el futuro de Cataluña. La retransmisión en directo de los cínicos rompiendo las reglas de la convivencia está creando en la ciudadanía una terrible sensación de indefensión e inestabilidad. Los unos y los otros, atrapados en los anzuelos de las hemerotecas, mueren como peces cada vez que abren la boca. Y las preguntas que se extienden, como una gran mancha de chapapote, es: ¿estos son las mentes preclaras que nos gobiernan? ¿En qué manos estamos?
Y yo les respondo: en el reino del cinismo y de la ofuscación. En las mismas manos que, para bien o para mal, estuvieron todas las revoluciones.

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