Opinión

La maldición japonesa

Acaba de llamarme un amigo mío indignado al saber que desde hoy Yoko Ono se ha convertido por decisión judicial en copartícipe de la composición de “Imagine”, la canción más famosa de la obra escrita en solitario por su difunto marido John Lennon. Acabo de consultar la noticia y, del mismo modo que comparto con mi amigo la fascinación enfermiza que a ambos nos embarga por la obra de los Beatles -incluyendo en este arrobo místico un cierto número de canciones que muchos descreídos consideran de calidad discutible- comparto también su ira. El nombramiento de Yoko Ono como coautora de “Imagine”  se debe, según ha hecho público un alto directivo de la Asociación de Editores Musicales,  al deseo de Lennon de que esto ocurriera, deseo manifestado en una filmación en la que John confiesa que Yoko lo merecía porque había sido su inspiración la que había contribuido grandemente a componer la pieza. La decisión es tan peregrina como peligrosa y en la dilatada obra de los Beatles tiene aún más peligro si crea jurisprudencia. Las canciones de los Beatles se inspiran frecuentemente en personajes reales que han tenido un sitio en su vida. “Lovely Rita” por ejemplo, se supone pudo ser una vigilante de parquímetro que se llamaba así, y George Harrison se sirvió del amor que sentía entonces por su mujer Patty Boyd para escribir “Something” aunque al matrimonio acabara como el rosario de la aurora. Merced a esta insólita decisión, los herederos del artista de circo decimonónico Pablo Fanque podrían solicitar legítimamente que el nombre de su antepasado figure en los títulos de crédito de “Being for the Benefit of Mister Kite” y cobrar los correspondientes royalties por este hecho. O aquel pobre muchacho, Tara Browne, que con 21 años recién cumplidos, se estampó con su coche contra un árbol muriendo en el acto y ofreciendo a Lennon el primer brote inspirador para escribir “A day in the life”. Ciertamente aquel desgraciado era también un riquísimo heredero pero sus descendientes podrían no serlo tanto y estarían legitimados para obtener partido de su trágico fallecimiento apelando a los derechos de autor que la víctima merecía.
En suma, un despropósito que sospecho no tendrá gran alcance jurídico, o eso tratamos de suponer mi amigo ciego de ira y yo mismo. Esa bruja japonesa nos perseguirá a los beatlemaniacos del mundo por toda la eternidad, amén.
 

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