Opinión

La causa y los causantes

El rocambolesco epílogo del fugaz proceso secesionista  catalán  adquiere con la fuga de Puigdemont las características de  una comedia de enredo. El ex presidente de la Generalitat se ha atrincherado en Bruselas y proclama que no obedecerá el requerimiento del que le ha hecho participe la jueza de la Audiencia a la que no le cabrá otro remedio que decretar su búsqueda y captura internacional si el recientemente cesado  persiste en sus intenciones  de despreciar el mandato judicial. Abonándose a un comportamiento que no es precisamente nuevo en la actuación de los políticos separatistas catalanes, Puigdemont salió huyendo cuando el asunto se ponía severo, abandonó a todos sus socios de disparate, renunció a asumir con elegancia y valentía sus responsabilidades y ha demolido cualquier rasgo de dignidad que pudiera ennoblecer  esta desquiciada aventura. Si existía en el procés un ápice aunque fuera diminuto de nobleza, el ex presidente lo ha eliminado con sus lamentables comportamientos.
Existe en este culebrón cansino y repetitivo que estrangula Cataluña cada treinta o cuarenta años un factor que consigue homogeneizar todos sus episodios se produzcan durante el tiempo en que se produzcan. Sus protagonistas no se recatan en confundir su aventura personal con los avatares de su propia causa e incluso con los destinos de la región de España a la que pertenecen hasta tal punto que aquellas determinaciones que se ciernen sobre ellos son indefectiblemente extendidas a la Cataluña en la que habitan. Le ocurrió a Francesc Macía y le ocurrió a su sucesor Lluis Companys que la República encarceló por sedición. Ambos supusieron que los procedimientos que se abrieron contra ellos castigaban a Cataluña lo cual, además de pretencioso, es falso. Pero también les ocurrió a Jordi Pujol y su familia de chorizos, para los que acabar respondiendo ante el juez de una permanente y desvergonzada mangancia constituía un intolerable atentado contra  la nación catalana. Tarradellas fue mucho más leal y honesto, pero la lectura torticera de los hechos regresó con un indefendible y sospechoso Artur Mas y se ha convertido en abiertamente tóxica con Puigdemont. Desgraciadamente para él y sus compadres, Europa ya no se engaña. El cesado presidente ya no es nadie y la causa que pretende identificar con sí mismo está derrotada, Cataluña comienza a caminar por otros derroteros y dentro de muy poco la gente le habrá olvidado. Si vuelve, acabará en la cárcel y si persiste, se convertirá en un fantasma. 

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