Opinión

Juana Rivas

Como era de esperar, el caso de la popular madre Juana Rivas y su coraje ha terminado del modo en que tenía que terminar. Finalmente, y tras  absurdas prórrogas que no hacían más que retorcer el caso y emputecer su desarrollo, Juana Rivas no ha tenido más remedio que rendirse a la evidencia del ordenamiento jurídico y entregar a sus dos hijos a la Guardia Civil para que los esforzados agentes de la benemérita que se han hecho cargo de los niños con el mayor respeto y, siguiendo las órdenes del juez, se los han entregado a su padre. El caso se ha convertido en un revulsivo social de proporciones notables porque somos un país muy aficionado a los hechos extremos y este tipo de situaciones nos revoluciona el alma.
El colofón por el momento de esta intrincada historia en la que los buenos no son tan buenos y los malos no son tan malos, se producía en los términos en los que varios expertos y la materia y no pocos juristas de prestigio y sentido común habían pronosticado, a pesar de esas manifestaciones espontáneas de respaldo a la joven granadina que, a la postre, le han hecho más daño que beneficio. Esas bravas letanías henchidas de entusiasmo y ánimo solidario que decían “Juana está en mi casa”, “no sin mis hijos” y “todos somos Juana” no han hecho otra cosa que alargar un procedimiento cuyo final estaba cantado porque el procedimiento tiene unas reglas y esas reglas hay que cumplirlas. De hecho, resulta de un peligro que da vértigo suponer que las disposiciones de las leyes puedan ser modificadas por la presión popular. Y que los jueces hagan la vista gorda ante el acoso de multitudes que les soliciten no proceder con arreglo a las pautas legales.
Pero quien sospecho debería reflexionar necesariamente sobre este epílogo es la mujer que se erigió en consejera de la joven madre y que, desde el primer momento y en función de unas peregrinas  atribuciones, se hizo cargo de asesorar a Juana Rivas en la defensa de sus intereses. Hace unos días “El Mundo” publicaba un amplio y esclarecedor reportaje sobre el real cauce de relaciones entre Rivas y su marido el hostelero italiano que demostraba que nada es enteramente lo que parece y que retrata, sin la menor duda, la desastrosa intervención de esa mujer que ha salido en los papeles y ha dado ruedas de prensa y comparecencias televisivas en su papel de protectora y consejera sin una razón que pudiera disculparla. Su labor ha sido lamentable y no es para menos teniendo en cuenta que ahora sabemos que no es ni siquiera abogada. El fantasma de la impostura recorre los corredores de este desgraciado país en el que cada cuál parece dispuesto a hacer lo que le viene en gana.
 

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