Opinión

Jerusalén

Hay ciudades a las que la Historia apellida santas pero llevan en su seno el signo la tragedia. Jerusalén es una de ellas. Ungida por los cielos; coronada por la Biblia, los Evangelios y el Corán como centro sensible de las tres religiones monoteístas, en su misterio anida su tragedia. Siempre disputada, conoció cien guerras y en la última volvió del lado de Israel. Sobre ella se cierne ahora otro conflicto.
Esta vez de la mano de un actor político insensato: Donald Trump. El presidente de los EE.UU. se apresta a reconocer a Jerusalén como capital del Estado de Israel trasladando la Embajada que tiene la sede en Tel Aviv, como la de los restantes países que reconocen al Estado judío. Es obligado recordar que durante la campaña electoral Trump anunció que reconocería a Jerusalén como capital de Israel, pero pocos concedieron crédito a una promesa que fue interpretada como un guiño al poderoso lobby judío americano.
Dada la explosiva situación a por la que atraviesa la región (con las guerras de Siria y Yemen abiertas y los recientes atentados terroristas en el Sinai egipcio) y conocida la posición histórica de los palestinos que reclaman para sí la ciudad, semejante movimiento diplomático podría provocar una revuelta. Una nueva intifada. Por boca de Federica Mogherini, alta representante de la UE para AA.EE, en el transcurso de un encuentro con Rex Tillerson , secretario de Estado norteamericano,Europa le la dicho a Washington que para resolver el estatus de Jerusalén como futura capital de los dos Estados ( Israel y Palestina): "Hay que encontrar un camino abierto a la negociación de manera que puedan cumplirse las aspiraciones de ambas partes".
También el Papa Francisco ha reconocido su preocupación por este asunto. Cordura, prudencia, serían las palabras del momento. Pero Trump es Trump y parece que vive a gusto pisando charcos. Algunos manifiestamente evitables como éste. Si traslada la Embajada, Jerusalén podría ser, una vez más, un lugar de tragedia. Es su sino histórico.

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