Opinión

Instalados en el disparate

Ciertamente, lo de Pedro Sánchez no tiene nombre. Mira tú que proclamarse de izquierdas, en estos tiempos. ¡Sólo a él se le ocurre! Como si no tuviésemos suficiente con la gente de Podemos, que esos sí que son de izquierdas y pueden elevar el país a alturas bolivarianas en un plisplás y sin casi pestañear un poco. O como si no fuese suficiente con esa política de la derecha patriótica empeñada en salvar España incluso de esa multitud de españoles que han pasado de disfrutar de derechos laborales y semanas de treinta y ocho horas, de trabajos estables y de cierto envidiable y recordado medio medio de vida que pasó de permitirles viajar de vacaciones o darles estudios universitarios a no pocos de sus hijos, a padecer unos recortes que, con toda evidencia, sí era necesario hacer; pero no de la forma en la que han sido hechos.
Nos han recortado hasta las barbas, sin habérnoslas puesto al más mínimo remojo. Lo han hecho sin previo aviso y por sorpresa. Seamos sinceros y reconozcamos que ya desde el tiempo del zapaterato; desde cuando se reformó la Constitución y se negó la crisis de la que, oh milagro, se libró el del aznarato por arte de birlibirloque pues la burbuja inmobiliaria no se debió en absoluto a él, ni mucho menos. 
Y ahora viene este tío, este tal Sánchez, y dice que él y su partido son la izquierda cuando este país, al contrario que los demás del mundo en el que merece la pena vivir -que sí tienen izquierda y en su alternancia en el poder cifran en no poca medida el desarrollo que sus países alcanzaron y todavía mantienen- al parecer no la necesita y le es bastante con Podemos. Y mientras tanto, este nuestro, capea mal que bien el temporal contemplando el enriquecimiento de una alta y exigua burguesía instalada en la banca y en las compañías energéticas o industriales, en la telecomunicación o las altas instancias del capitalismo financiero y se balancea contemplando las trivialidades podemitas.
Aquí al parecer no hace falta izquierda alguna. Somos bastante más listos que el resto de las gentes de la Europa en la que, pese a todo, todavía constituye un privilegio el hecho de ser ciudadanos suyos y ni siquiera hace falta mirar, aquí mismo al lado, a Portugal, por si se pudieran ser hechas las cosas como ellos las han llevado a cabo. Aquí mejor que predomine lo de siempre; es decir, una derecha carpetovetónica y retrógrada y una izquierda de gestos y ademanes que recuerden tiempos que ya creíamos pasados. Un país que bascule entre un extremo y otro es, como la Historia prueba, la continuidad más deseable. ¿Qué más queremos que poder contemplar las imágenes de nuestras Vírgenes y Santos, debidamente cubiertas de medallas? Unas Vírgenes serán piadosas y otras serán laicas. Unas serán del pueblo y otras serán dios sabrá de quién serán  porque, al parecer, los de rechas no son pueblo mientras que los de izquierdas sí lo son. Una vez más estamos instalados en nuestro eterno disparate. ¡Y ahora viene el Sánchez y nos amarga la fiesta! O la siesta, vayan ustedes a saber.
Parece ser que la economía española se está recuperando. Incluso hay quien afirma que ya está recuperada aunque la prensa extranjera no dé muchas noticias de ello. Pero admitamos que sí, que es cierto y que todo está mucho mejor que hace unos años. Sin embargo acto seguido preguntémonos: …y la economía de la inmensa mayoría de los españoles, qué tal va. No se lo pregunten muy en alto. La respuesta puede escandalizar a algunos oídos castos.
Porque la respuesta puede escandalizar y porque ese escándalo afectará presumiblemente y tan solo a una parte pequeña pero transcendental a la hora de crear opinión y propalarla es por lo que se hace necesaria la presencia de una izquierda que mantenga contenidos los excesos de una derecha demasiado instalada en la evocación de viejos tiempos y de una izquierda poseedora de un discurso encantador pero carente de respuestas y de un proyecto concreto de futuro.
A ambos espectros de nuestro discurso político actual les tiene que molestar directamente la recuperación de un partido que, sin abandonar los proyectos que lo identifican, sea capaz de respetar los logros alcanzados, por unos y por otros, al mismo tiempo que lo es de aportar a su discurso la incorporación de las realidades que reclaman los tiempos actuales. Por eso preocupa tanto Pedro Sánchez. ¿Se imaginan que sí sea capaz de llevar a ramo la construcción de un tiempo político acorde con el social? ¿Qué sucedería entonces con la otra formación que se reclama la única de izquierdas y aplica el derecho de admisión en sus ruedas de prensa mientras convive con una derecha protoplasmática que las lleva a cabo desde una pantalla de televisión mientras ambas condecoran vírgenes y prometen un paraíso para todos?
Igual que anduvieron a tiros entre los de Prieto y los de Largo Caballero, igual que hubo un PSOE de antes y después de Suresnes y todos fueron necesarios, hay otro a partir de la defenestración de Pedro Sánchez y su reciente asunción de la secretaría general de su partido. Olvidémonos de las elecciones que no ganó y pensemos si quien las perdió fue la política en pompa de jabón de Zapatero y Rubalcaba,  que él ha logrado reventar. El resto es la esperanza de que este país olvide de una vez aquel terrible gravado de Goya. El de los garrotazos entre dos seres hundidos hasta sus rodillas o hasta salvas sean sus partes.

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