Opinión

Hora de dar un giro

El gallego no es un territorio para uso y disfrute únicamente de bos e xenerosos como, no sin alguna razón, a alguno le pudiera dar por pensar. El gallego es un patrimonio común del que cada uno debe hacer el uso que estime más oportuno sin lesionar la libertad del otro. Gallego es todo aquel que vive y trabaja en Galicia y, a pesar de que tantas veces se convierta en eso, un idioma no debe ser nunca un arma arrojadiza, sea esta gallega o castellana, inglesa o calagurritana, sino que es un patrimonio común y como tal debemos respetarlo.
Sigo siendo, pese a quien le pese, un escritor gallego que escribe en gallego pero que como tiene que vivir de su oficio también lo hace en castellano; esto, por un lado. Pero, por otro, no veo razón alguna que me haga renunciar a no respetar el código lingüístico, el instrumento de comunicación que es cada idioma de una parte de mi familia en detrimento de la otra. Hablan unos en gallego, lo hacen los otros en español y todos somos familia. Los dos son mis idiomas y, por un tercer lado, no veo razón sólida de ningún tipo que me fuerce a abandonar el uso de cualquiera de ellos.
He viajado por el mundo, por el próximo y por el lejano, y siempre y nunca he dejado de preguntarme, a la vista de las distintas realidades contempladas, por qué durante años y años Barcelona ha venido siendo la capital mundial de la edición en castellano y por qué es allí mucho más fácil que aquí ser escritor solo en castellano. Llevo escritos treinta y muchos libros en gallego y no menos de quince mil artículos en mi misma y amada lengua, lo que nos lleva a una cifra de entre veinte y treinta mil páginas escritas en ella y, desde hace años, no deja de rondarme la misma pregunta: ¿Qué es lo que nos pasa, a raíz de lo contemplado en Cataluña? 
¿Por qué la misma pregunta cabe hacerla extensiva a Euskadi? Y todavía más: ¿por qué esa pregunta puede ir unida a la de si eso ha beneficiado o no y en qué medida lo ha hecho a las políticas lingüísticas que ellos han seguido y nosotros no hemos sido capaces de hacerlo? Y por qué.
Hace tres días se cumplieron setenta y dos años desde el día de mi venida al mundo y siempre he amado la lengua en la que sueño y amo. La lengua en la que escribo. Durante ellos he acumulado experiencias y preguntas que me conducen a haber escrito lo que queda. Ojalá no tenga razón en lo que digo. Pero por si no fuera así ahí les queda y que cada uno se conduzca como le dicte su conciencia.
Hay muchas otras preguntas que, estos días, de nuevo me asaltan. Lo hacen con una cierta y sistemática frecuencia sin que sea yo capaz de darles la respuesta oportuna y, al menos para mi, tan necesaria. El caso es que no dejo de interrogarme acerca del hecho con el que, por ejemplo, los catalanistas concitan la aquiescencia de sus paisanos, mucho más que con la reivindicación lingüística, con la sistemática afirmación de que España les roba. La afirmación que va implícita en esta que se diría axiomática es la de que, con la independencia, todos ellos vivirían mejor y quién se niega sabiamente a tal mejora.
Los vascos han recurrido, en muchas más ocasiones de las deseables, a un diálogo en el que no han faltado los disparos y las muertes. Mientras tanto, nosotros, venga a reclamar la entelequia esa del desiderátum implícito en el término Galeusca y, mientras, a seguir enviándoles, por un lado, mano de obra barata, seria y trabajadora y, por el otro, los recursos económicos necesarios basados en los ahorros seculares aportados por nuestros emigrantes a lo largo de todo el siglo que va desde mediados del XIX a más que mediado el XX y continúa ahora con miles de titulados, perfectamente formados, afectados de eso que la ministra de rostro hierático y se diría que algo marmóreo o pétreo denominó, sin cortarse un pelo de los que nacen en la lengua, nada menos que “movilidad exterior”.
Y mientras tanto nosotros seguimos con la matraca de que unha terra, un pobo e unha fala son más que suficientes como para que nos llueva del cielo, cual maná o plaga de langosta, el alimento necesario para que nuestras aspiraciones crezcan.
Lo que no deja de ser curioso es que mientras nuestra forma de proceder, ajena a levantamientos, a enfrentamientos y secesionismos de cualquier índole, no consigue atraer la munífica atención de los gobiernos centrales, san estos socialistas o populares, en cambio, las de nuestros dos “fraternales” compañeros de la santísima trinidad del Galeuzca, si lo lleve conseguido hasta convertir a sus dos comunidades en punteras de la economía española. 
¿Habremos sido demasiado obsecuentes o es que hemos cargado las tintas al convertir en eje central de nuestras reivindicaciones un problema lingüístico, que teníamos planteado en mucha menor medida que las otras dos nacionalidades históricas, en detrimento de los que realmente mueven a la ciudadanía? Que yo sepa, no hace demasiados años, el número de gallegos que hablábamos o entendíamos y de una forma u otra usábamos más o menos a la perfección nuestro idioma arrojaba cifras superiores a la del noventa por ciento de nosotros mientras que, las de las otras dos naciones con lengua propia distinta del castellano, ofrecían cifras que rondaban la mitad de la citada. Esa cifra hoy ha disminuido sensiblemente y es hora de empezar a preguntarse con toda seriedad por qué y en qué nos estamos equivocando. Lo demás será retórica y argumentación de estómagos agradecidos pertenecientes a una casta o a una costra intelectual que se ha instalado en las instituciones para permanecer en el limbo presupuestario durante ya demasiado tiempo. Galicia sigue sendo nai e señora, sempre garimosa pero non siempre fuerte, o dueña de la fuerza que señalaba el poeta; al menos en la medida de lo deseable y viendo, a poco que uno se esfuerce, como se puede ver con facilidad suma que ya va siendo hora de que le demos un giro a todo ello. A ver si así. 
 

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