Opinión

La Historia está en manos de Raúl

Es de suponer que una semana después de su fallecimiento ya hayan ido cesando las exequias, las honras fúnebres de toda condición e índole nacidas al albur del fallecimiento de Fidel Castro; así que no sé si ponerme a contar anécdotas de las vividas en Cuba o si empezar diciendo que soy de los que cree que, al contrario de lo que él aseguró, la Historia no lo absolverá. Como Franco, hacia quien Castro sintió confiesa y franca admiración, Fidel ganó una guerra pero no supo ganar la paz. 
La retórica, es decir la prédica del régimen castrista siempre siguió, más que los de ningún otro, los pasos de Martí. La praxis, por su parte, ya fue mucho más marxista-leninista. Siempre de dijo que es mucho más fácil predicar que dar trigo. Aquella, la prédica, sirvió para que el pueblo cubano, sin dejar de serlo y pese a estar dividido se convirtiese en una nación, en una nación soberana. Divida, se dijo. Ya saben, los de Miami, la gusanera en el lenguaje isleño, por un lado, constituyendo un lobby en los EEUU tan o más importante que el judío; y los de “patria o muerte” y la plaza de la Revolución, por el otro. 
Castro le devolvió a Cuba la dignidad que había sido delegada a favor de los EEUU después de que en 1898 no le hubiesen hecho ni maldito el caso a la sugerencia de nuestro poeta cívico, de Curros-Enríquez, cuando propuso un estatuto de autonomía para la Isla muy parecido a cualquier tratado de los suscritos por la Commonwealth y España acabó siendo derrotada y, muy por el contrario, le llamaron mambí, para insultarlo y masón para señalarlo. Y perdimos. Y asunto arreglado. Después pasó lo que pasó. Fidel convirtió a Cuba en una nación soberana, fue un nacionalista, sin duda, apoyándose en Martí. Es de suponer que, en el juicio de la Historia, eso cuente a su favor. Esa fue su gran victoria. No es pequeña, pero ¿llega?
Se diría que llega bastante, pero que no llega del todo. Aunque hubo más, no solo esa. Los niños cubanos son líderes en toda Hispanoamérica, en toda Iberoamérica, si me dejan eludir esa estupidez de decir Latinoamérica, consecuencia de los expansivos afanes franceses. Lo son en cuanto a preparación académica recibida, esa es otra de sus victorias. Se pudiera decir que haya alguna más. Todos los cubanos, con independencia de su raza e incluso de su religión, tienen acceso a una sanidad pública que, cierto es, fue mejor mientras hubo ayuda soviética y dejó de ser tan eficaz cuando esa ayuda cesó, pero deteriorada y todo todavía está ahí y se permite enviar veinticinco mil médicos a Venezuela en concepto de ayuda humanitaria. A cambio de petróleo, sí, pero los manda. A riesfo de que, pese a estar controlados, se escapen a la vuelta de un año, pero dispone de ellos y los envía. 
Castro, por seguir en el capítulo del haber, logró que el régimen racista sudafricano no se propagase en Angola y ayudó a su independencia. Colaboró también en la defensa de Namibia y algo aportó para que finalizase del apartheid en Sudáfrica. Cierto es que eso pudo ayudar al imperialismo soviético, el respaldo prestado por el Kremlin nunca fue gratis et amore; sin embargo, ni esa circunstancia ni las atrocidades de las guerras mantenidas en África cambian nada y, en el balance histórico que él mismo Castro reclamó, sobrando quien lo juzgue negativamente, no habrán de faltar quienes lo consideren como algo a tener en cuenta a su favor.
Ahora bien, la pregunta es la de si fue un dictador o no. La respuesta es sí. Hizo lo que le salió de las narices en nombre de la revolución, la soberanía nacional, el propio socialismo y la patria. Ustedes dirán si no fue así o sí fue de otro modo. Perdió la paz y no consiguió, pese a tanta revolución y al contrario que Franco, la prosperidad que los cubanos habían tenido durante los años de presencia española para ir perdiéndola de modo paulatino hasta llegar a la dictadura de Batista; la que Fidel demolió con la ayuda de muchísima más gente que la que habría de permanecer a su lado una vez visto el sesgo que había empezado a tomar la cosa pública. No supo, no pudo o no quiso ganar la paz. Establezca el lector atento los parangones propuestos al comienzo entre el general Franco y el comandante Castro. Ni abrió el país a una democracia, lo mismo que no lo abrió Franco, ni lo convirtió en un país próspero como hizo el de El Ferrol. No vale citar la realidad de los países vecinos de Cuba, ellos tienen sus propios responsables.
Ahora es Raúl quien está definitivamente al mando, sin la sombra no se sabe sí protectora o dominante de su recién fallecido hermano. Eso es lo que la mayoría suele ver en él, en Raúl Castro, alguien que necesita amparo. No se debe afirmar con demasiado énfasis. ¿Quién es el artífice de las FAR , de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, de las mismas y disciplinada y bien organizadas fuerzas que consiguieron en África victorias que ni Rusia, ni Estados Unidos lograron en Afganistán o en Vietnam? Fue él. Quién organizó el PCC, el Partido Comunista Cubano ya me dirán ustedes con que grado de eficacia y precisión si no fue él. Y eso cuenta y pesa. Fue la figura silenciosa y discreta que, al contrario que su hermano, no se dedica a recibir delegaciones extranjeras, escritores, periodistas y actores de cinco continentes, sino a trabajar y construir de modo que es posible que quien acabe siendo absuelto en el juicio de la Historia sea Raúl y no Fidel Castro. Lo hará si durante el tiempo que le resta por estar al frente de los destinos de Cuba, poco pero suficiente, hace prosperar al país, expande el bienestar ciudadano necesario y se atreve a ganar la batalla de la paz una vez libre de la sombra protectora de su hermano. 
Raúl no es un hombre dotado del carisma de Fidel, pero es persona inteligente y de decisiones rápidas, carente de gestos grandilocuentes; o eso me pareció a mí en las pocas, en las escasas ocasiones en las que pude hablar con él en las primeras visitas que hice a Cuba a finales de los ochenta y principios de los noventa, cuando tuve ocasión de tratarlo..
En 2008, coincidiendo con la vista de los doscientos escritores gallegos y la llegada de los cientos de miles de libros que se enviaron a una Feria, la de La Habana, en la que además de que en ella no se venden libros y menos si están escritos en un idioma que allí nadie habla, en 2008, fue la última vez que estuve allí. Mientras ya volaba de regreso a Compostela, Fidel delegó en su hermano. Al llegar escribí, quizá con cierta ingenuidad, que esperaba que Raúl hiciese, por los menos, una apertura del régimen “a la China”. No fue así.
Ahora no lo espero, pero sigo deseándolo. Cuba no solo es un país hermano, es además un país digno y esa dignidad se la devolvió el castrismo. Si ahora este nuevo castrismo, liberado de su lastre histórico, le devuelve el bienestar y la libertad la Historia absolverá no solo a los Castro. Nos absolverá a todos los que sentimos la esperanzada ilusión que Fidel despertó con su epopeya liberadora. Sucedió antes de que la conculcase del modo en el que lo hizo y todos deploramos. Está en la mano de Raúl ganar ahora el juicio de la Historia.

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