Opinión

Hazme el amor (aniversario)

Su sonrisa aun ilumina las aceras. No tiene edad, solo encanto. Belleza suspendida en el antaño. Camina sin alardear de sí misma: el aspaviento y la afectación, no combinan bien con la hermosura. Urbanita. Street style. Sangre celta. Estética vintage. 
Nos conocimos en Ourense, en el parque de San Lázaro. La seguí con esa determinación que siempre me empujó por donde no fluye la senda o está cortada la vía; en dirección contraria a la prudencia. En ámbar el corazón. En rojo el palpitar de la entrepierna. Agujetas en los ojos. La mirada enganchada en sus caderas. La intención en el túnel de sus muslos. Femenino singular. Glamur gitano. Nacida para matar. O para morir matando. 
Seguirla fue un poema. Arrasó por la ‘five avenue’. Se mimetizó con el gentío de los arrabales. Saludó a príncipes. Abrazó a plebeyos. Dio limosna a pedigüeños. Disfrutó de la puesta de sol en el Atlántico. De la belleza en la Toscana. De las noches blancas en Helsinki. Bailó joropo en Venezuela. Subió al Empire State. En el Barrio Latino de París -se equivocaba Cortázar- no se agachó a acariciar ningún gato: tres hijos que atender siempre la reclamaban. High fashion. Alta tensión. Magnetismo sexual superstart. Sensatez hecha polvo de veredas. 
Así pasaron los años, sorteando vericuetos, vadeando atolladeros, compartiendo triunfos y vivencias. Una eternidad que se me antojó un segundo. Un buen día, de mala mañana, las sombras del mal fario nos cubrieron con su manto. El ocaso, ceniciento, nos sorprendió cuando en la vida aún era mediodía. Las estrellas de la buena suerte no salieron: Dos años –me desahuciaron los médicos-, como mucho, para la mueca postrera.
Entonces corrió despavorida hacia el extrarradio del desánimo, campo a través del amor, sin ni siquiera volver la cabeza a la tristeza. La seguí a duras penas. Me esperó. Me paré. Dio media vuelta y me buscó. En algún momento me escondí. Me encontró. Y me obligó a continuar, alumbrándome con su entereza. 
Por fin, por entre la espesura del tesón, hemos llegado a la cabaña del sosiego. Empujamos la puerta con cautela. Entró metiéndome mano. Guapísima, como siempre. Si fuera ciego me impresionaría. Cerramos con la llave del olvido. Encendimos el fuego de la esperanza. Nos acurrucamos en la alfombra de los recuerdos. Escanciamos de los odres del pasado, el vino de la dulzura… ‘Hazme el amor’, me pareció que me decía. 
Pero hace ya mucho tiempo que yo la había el amor de mi vida. Esta vez no se me olvida la efeméride: 17 de diciembre de 1973 ¿Te acuerdas María Teresa? Apenas diecinueve abriles cuando nos dimos el nihil obstat. Cuarenta y tres navidades han pasado desde entonces. Y afuera todavía es primavera. Mañana, si no se oponen los hados, seguiremos caminando. Y si sí, sigue tú sola. O acompañada de quien quieras. Yo te estaré esperando. En donde fuere. No el tiempo que haga falta. Pero sí el tiempo que desees.

Te puede interesar