Los romeros subieron ayer hasta el monte haciendo sonar los bombos para pasar una histórica jornada festiva

A Guarda volvió a los orígenes de la Festa do Monte en su Centenario

Aspecto que presentaba el monte de Santa Trega ayer a la llegada de los romeros en el centenario de la subida.
Hace cien años subían al Monte Santa Trega los fundadores de la sociedad Pro-Monte para conmemorar el primer año de una sociedad, creada en 1912, que con el tiempo haría historia local. Lo que, inicialmente, iba a ser un encuentro de socios y familiares, se amplió como invitación colectiva a todos los guardeses. Fue la semilla de las Festas do Monte que se convirtieron en la Semana Grande de A Guarda.
Ayer volvieron a las faldas del Trega, a sus explanadas del Campo Redondo, a su cumbre del Pico de San Francisco, los romeros. Lo hicieron con el llamamiento de las bandas mariñeiras haciendo sonar los bombos y las cajas con ecos repetidos por las calles de la villa; desde Camposancos a Salcidos pasando por el núcleo urbano de A Guarda. Y llegando, incluso, de más allá de los límites locales. Desde las tierras monacales de Oia.

Las distinguen sus atuendos, su peculiar 'toque'; y las iguala el mismo objetivo: convertir el monte en un gigantesco tambor multicolor, en un espacio único para troular.

El sol fue, aliado. A veces, las amables sombras, se hicieron esperar en la subida de tres kilómetros y medio hasta el oppidum. El ascenso, siguiendo una carretera que serpentea, o atajando por senderos que abrevian el camino, lo hicieron a pie quienes quisieron recuperar la subida tradicional; en coche los que ya no poseen unas condiciones físicas para caminar 3.500 metros, o son responsables de la intendencia; incluso los que por pereza deciden 'esperar no Monte'.

Y ya en la cumbre, se inició el ritual de la Xura. Primero la Banda Negra, antes del xantar. Y después de la comida, las otras: Mau Mau, Banda Roxa, Os Perdidos, Ceu Escuro, A Troula, Os Despistados, A Desfeita, A Chicadoira, Os da Corea, Os do Rancho, A Carallada, A Foliada, A Beira do Río, Ribadela, Os da Alba, Ó Pé do Trega, Nova Semente, A Fervenza Tinta, Do Outro Lado do Monte e O Amparo do Monte. Y cada una en su lugar sagrado: el púlpito, el Obelisco, el Mirador de Portugal, el atrio de la Ermita, el Palco, la Plaza de la Promonte, así hasta 21 lugares, tantos como bandas. Y arropando a cada banda, sus incondicionales, quienes troulan al ritmo de bombos y tambores, lanzando alaridos de triunfo mientras se engulle el vino que entinta el rostro y mancha la camisa, y oscurece la piel. Y uno, primero, y después otro, ahora el siguiente; así hasta que cada miembro de la banda hizo promesa de subir el añó próximo 'ao Monte'.

Y entre trago y trago; entre mazo y mazo; entre redoble y redoble, el sol buscó la mar, y en la mar el horizonte y los romeros vieron que era la hora de dejar la cumbre y buscar también, el atardecer en el Montiño; a doscientos metros de la civilización. Y allí en el Montiño, siguió el ritual del salto, con menos vino, que se lo bebió la Xura; pero con las mismas energías de troulada; o acaso con más ganas, porque a penas dos horas más tarde, llegaría la Baixada, ese momento que siendo un adiós temporal, parece un adiós para siempre. Y los romeros, y las bandas, y los bombos, y los tambores, y la troula, dejaron los árboles y la noche montesa, para encontrarse con la otra gente, aquella que les esperaba para verlos pasar como héroes de una batalla que ganaron. Y pasaronn haciendo sonar los bombos; y redoblando las cajas; avanzando, retrocediendo; alargando así la Baixada.

En la cara y en las camisas, las marcas de una jornada intensa.

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