Opinión

Gaudeamus igitur

Si la ministra de Sanidad es la siguiente en pasar por la angustiosa pletina donde se escruta la veracidad o no de sus méritos académicos, es que estamos ante una situación en la que la sospecha -como ocurría en aquella viejísima canción de la “Ovejita lucera” en la que el amor no distinguía ni de razas ni colores- no anida en la izquierda o en la derecha sino en todos los que, desembocando en la actividad política, lo hacen con un currículum abrillantado que termina cantando la parrala. La presunción de inocencia es uno de los pilares más firmes del ordenamiento jurídico en los países democráticos y el nuestro lo es y con hechuras ejemplares. Por tanto, dejemos que los que han de determinar la inocencia o culpabilidad de los señalados cumplan con su cometido y acaben colocando a cada cual en su sitio. Pero dejemos también consignado que esta sucesión de situaciones que apuntan directamente a la credibilidad de los políticos y sus actividades lectivas no dice mucho en favor de todos ellos y dice mucho menos aún de la fiabilidad de nuestras universidades. Estamos ante una nueva dudosa situación que la ministra Montón se ha apresurado a encarar con celeridad, aunque sus explicaciones tienen el mismo tono de convicción forzada que se adivinaba tras las palabras de Cifuentes. Y, naturalmente, las personas del común no se enfrentan a momentos tan delicados como los que aletean a la espalda de los personajes que estamos manejando. Estudian, se esfuerzan, trabajan, aprueban o suspenden.
Dos cuestiones finales se me ocurren ante una nueva sospecha de expediente maquillado. En primer lugar, la necesidad de que el mundo universitario aplique todo su celo para dignificarse -cuestión que, a la vista de los casos que nos ocupan, está solicitando urgentemente una limpieza de fondos- lo que implica naturalmente un propósito de la enmienda tras la expiación de los pecados. Y, en segundo lugar, si hemos asistido al nombramiento de ministros que no han tenido formación universitaria y en ciertos casos, no han tenido ninguna simplemente, no entiendo esa ambición por argumentar títulos que no existen y que necesitan de subterfugios culpables para ostentarlos. Políticos que no saben otro idioma que el propio, que cometen auténticos desafueros al expresarse en público, que muestran una cultura de parvulario… ¿Para qué arriesgarse si da igual?

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