Cartas al director

La frontera retráctil, flexible o elástica

 “Engaño hay cuando se concede lo que primero se negó” (Séneca).

Hasta el mes de febrero de 2014 yo creía que la frontera española  con Marruecos en las ciudades de Ceuta y Melilla estaba definida por las cercas y alambradas separadores de los territorios soberanos. Pero, hete aquí, que el entonces ministro de Interior en el Gobierno del Partido Popular, el señor Fernández Díez, consagrado "meapilas", en la Comisión correspondiente en el Congreso de los Diputados, parió el concepto de la frontera elástica. Toda una innovación en el Derecho Internacional. Con esta suya aportación al Derecho Internacional, justificaba la devolución en caliente de inmigrantes subsaharianos, tras la tragedia de  El Tarajal. Sorprendía a juristas propios y extraños. Para un normal entendimiento, usted no pisará ningún país fronterizo pasado el límite establecido en valla, cerca, mojón hasta que se tope con un picoleto o un madero. O si quiere ponerle música, hágalo al ritmo de Ricky Martín, con pasos para adelante o para atrás de “María”.
El PSOE, entonces en la oposición, llegó a interponer un Recurso de Inconstitucionalidad a esta práctica de devoluciones en caliente,  incluyéndola dentro de la Ley Mordaza. El guiño a la izquierda opositora a un gobierno de derechas. Proclamaba una flagrante violación a los Derechos Humanos.
El pasado mes de octubre, el Tribunal de Estrasburgo condenó al Estado Español por violar el Convenio Europeo de los Derechos Humanos, al devolver en caliente a dos inmigrantes subsaharianos. El Gobierno del PP recurrió el fallo basándose en el concepto de frontera elástica. 
Aquellos dos desgraciados no habían pisado suelo español, aunque hubieran saltado la valla fronteriza. Para eludir que la sentencia firme condenara al Estado Español, gobernado ahora por el PSOE, éste  a través de la Abogacía de Estado, se une a las manifestaciones del recurso del PP, defendiendo la tesis de la frontera elástica.
A simple vista, estamos ante una contradicción manifiesta. Pero no lo es, en tanto en cuanto, no es lo mismo opositar que gobernar. Para alcanzar el gobierno, que es el fin, no importan los medios, que se reducen en engañar al votante, o a las otras fuerzas opositoras en el Congreso para aprobar una moción de censura. Habrá más. 
De momento, se constatan promesas congeladas. Los efectos del gatopardismo de 1978 perduran, como las pilas de Duracel. Para decirlo en términos futboleros, que tanto gustan a muchos españoles, el  pasado tiki-taka de la “Roja” pero entre jugadores, supuestamente, contrarios. Tuya-mía, mía-tuya.