Sociedad

Los extranjeros, un parche para la despoblación del rural

La suíza Lore Ruegg cocina en su vivienda de la localidad de Órgiva, en la Alpujarra granadina.
photo_camera La suíza Lore Ruegg cocina en su vivienda de la localidad de Órgiva, en la Alpujarra granadina.

Muchos toman las riendas de antiguos negocios y dinamizan pueblos y aldeas con nuevos proyectos

nnn El mundo rural en España está en peligro de extinción, con miles de municipios abocados a la despoblación total, una lacra contra la que resisten sus últimos habitantes con el apoyo de un puñado de extranjeros dispuestos a correr riesgos. Uno de los ejemplos más llamativos es Órgiva, cabeza de comarca de la Alpujarra granadina, de casi 6.000 habitantes, donde conviven más de 70 nacionalidades diferentes. 
Según la Federación Española de Municipios y Provincias (FEMP), el 80% de la población española vive en solo el 20% del territorio, la mayoría ciudades grandes y medianas, lo que implica que más de 4.000 pueblos padezcan problemas serios de despoblación. El Congreso Nacional sobre Despoblación introdujo este problema en la agenda política y la FEMP abanderó la lucha por una ley específica con dotación económica para frenar el abandono de las zonas rurales. 
Tampoco cesa el goteo de iniciativas ciudadanas, como la de los 170 miembros vinculados familiarmente a la villa segoviana de Vellosillo, de solo tres vecinos, que, con dinero de sus bolsillos, pretenden reflotar el pueblo y recuperar los 200 habitantes que tenía en los años 50. En la llamada Serranía Celtibérica, un territorio que se extiende por diez provincias españolas y al que se conoce como la Laponia del Sur por su baja densidad de población -menos de 8 habitantes por kilómetro cuadrado-, la imaginación es la única esperanza para sus vecinos, promotores incansables de opciones atractivas para el turista y de productos de calidad, dignos de gourmets.

nuevos inquilinos
Pero la batalla contra el abandono rural cuenta en sus filas con otro grupo de "soldados", extranjeros que han tomado las riendas de su destino, se han integrado en la naturaleza y han relevado en el campo, en sus cortijos o en sus negocios a quienes huyeron a la ciudad. Es el caso de Órgiva, que entre 1950 y principios del presente siglo perdió el 50% de su población, al tiempo que llegaba gente de todos los rincones del mundo en busca de espiritualidad, anonimato y tolerancia. "La gente que ha venido es muy variopinta, pero los ciudadanos de Órgiva son muy tolerantes, no conozco otro sitio igual", explica a Lore Ruegg, una suiza que hace 17 años llegó con su marido, Jordi, a este rincón alpujarreño, donde, con sus hijos de 18 y 16 años, han echado raíces a los mandos de un horno de pan. 
La mayoría "buscan una vida más auténtica, en sintonía con su alma" y, como hay gente de tantos sitios diferentes, "se crea una comunidad donde caben muchas maneras de vivir o de pensar", asegura Lore. Y, en general, hay armonía con la gente del pueblo; "lo de aprender es mutuo, los que hemos venido hemos aprendido mucho de la gente que vivió toda la vida aquí, pero sin los forasteros, esta sería una zona muy pobre". Para Lore, "no es un lugar perfecto, pero yo estoy muy agradecida de disfrutar de tanta riqueza de nacionalidades, culturas y religiones y de un negocio que me inspira, porque me gusta poder ofrecer algo que yo sé que es bueno y que hago con todo mi cariño. Vivir en la naturaleza te hace aprender mucho y si tienes ideas y estás dispuesto a correr riesgos, los beneficios son muchos", afirma. n

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