Opinión

Examen de conciencia

Vivimos en una sociedad tan orgullosa y tan cínica que actividades tan saludables como el sentido de la autocrítica se han abandonado y ahora parecen cosa de viejos. Los hay tan mentecatos que apelan a aquella antigua denominación cristiana del propósito de enmienda para despreciar una virtud que, en mi opinión y para permanecer fiel al ideario democrático, me parece imprescindible. Nadie es verdaderamente grande si primero no es humilde y a estas alturas de nuestra particular y tenebrosa película, la humildad ha dejado de ostentar un papel protagonista en ella y los partidos políticos con representación parlamentaria no hacen otra cosa que adorarse arrobados en el espejo, contemplándose su propio ombligo.
Rajoy sospecha que no ha cometido falta alguna, Pedro Sánchez se cree el más guapo y el más listo de la clase, Pablo Iglesias está comido por su hedonismo traicionando en ese vicio de nuevo millonario todo lo que decía defender en el principio, y Rivera muere paulatinamente de éxito. Y a su rebufo, se pavonean en el Congreso los actores secundarios desempeñando roles que son más propios de una pasarela de moda que de la casa de todos nosotros. Margarita Robles acompaña su papel de azote de la derecha corrupta con la pose trágica de María Guerrero, y en los bancos de figurantes apura su minuto de gloria Gabriel Rufián, con la sonrisa chueca y las manos en los bolsillos, adoptando una actitud chulesca de diseño preparada especialmente para salir en los papeles.
No tenemos remedio y estamos abocando el país a una ruina, cuestión que no solo no preocupa a las formaciones nacionalistas sino que la están alentando con todas sus fuerzas, y ahí es nada que dependamos de aquellos partidos que desprecian el principio de solidaridad nacional y mantienen en su ideario el objetivo de desmembrar la unidad, para alcanzar un acuerdo de Gobierno. Ninguno de ellos desea la convocatoria de nuevas elecciones y se apunta al desconcierto. Todo lo que sea sembrar el caos conviene. La que se nos viene encima es, como se dice ahora, muy “fueerrrte”.
Pero como nuestra capacidad autocrítica no existe, preferimos echarle la culpa a Italia cuya inestabilidad -ligeramente superior y con soluciones algo más problemáticas que las nuestras- decidiendo con suficiencia aleatoria que el desbarajuste de su economía y la subida en cohete de su prima de riesgo no ha contagiado. Nosotros no somos responsables de nuestras torpezas. Son los italianos. Vaya por Dios. 

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