Opinión

España, a punto de salir del 'club de los 19'

Que España está teniendo serios problemas de imagen en los medios extranjeros, o en muchos de ellos, no es ya ningún secreto. Ahora, los altavoces malignos de Puigdemont en el corazón político de Europa, y Anna Gabriel en uno de los pulmones financieros, van a crear sin duda muchas dificultades a la `marca España`, muy tocada desde el pasado 1 de octubre con los vídeos entonces difundidos. Si a ello se añaden las últimas resoluciones del Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo, ante el que nuestro país sufre revés tras revés, podremos darnos una idea de que la concepción generalizada en una parte sustancial de los medios occidentales -no solo Europa: el New York Times, por ejemplo, tampoco parece querernos demasiado- es la de que en España retrocede el respeto por los derechos humanos. Puede que a usted -y a mí- nos parezca injusto, pero las cosas son como parecen, no como a nosotros nos parece que son, valga la redundancia.
Obviamente, la crisis de Cataluña cuenta, entre sus efectos, el de haber provocado una auténtica tormenta en la idea que fuera de aquí se tiene de España. Ahora nos enteramos de que nuestro país está a punto de abandonar el selecto club de las `19 democracias avanzadas del mundo`, un ranking puesto en marcha por la `unidad de inteligencia` de The Economist, encabezado por Noruega y en el que los españoles ocupamos, ahora, el decimonoveno lugar, todavía por delante, sin que nadie me haya explicado muy bien por qué, de Estados Unidos, Francia e Italia. Pero todos los indicadores muestran que, tras haber descendido dos puestos el último año, bajaremos aún más. Se trata sin duda de una valoración subjetiva, pero ¿no es siempre así, subjetivo, el juicio que nos hacemos de los demás y que los demás hacen de nosotros? Y, peor, tal subjetividad condiciona muchos `do ut des` que, esos sí, son muy objetivos y tangibles.
Me consta la preocupación del Gobierno de Mariano Rajoy por unas consideraciones mediáticas -y no solo mediáticas, temo- internacionales de las que no se siente, más allá de su reconocida incapacidad de comunicación, culpable. Pero así son las cosas, y en la propia feria internacional de arte Arco, una de las más importantes del mundo, que este jueves inauguran los reyes en Madrid, resulta que una de las principales galerías muestra, como contribución estelar, una provocación pura y dura en la que un artista presenta una obra dedicada a los `presos políticos españoles`, entre los que incluye en primer lugar, claro, a Junqueras y Forn, sometidos, y en esto sí que debo coincidir con opiniones de muy diversa procedencia, a una prisión provisional que se prolonga demasiado. Es lo que tiene judicializar los conflictos, en lugar de resolverlos, en primer lugar, utilizando la política.
Pregunté a una familiar residente en París, que enseña en una Universidad de la capital francesa, qué se piensa de lo que España está actuando para defender al Estado del secesionismo catalán: "aquí dicen que los españoles sois unos salvajes", me respondió ella, española pero residente desde hace mucho en Francia. Me dolió la afirmación, que me hizo reflexionar. Convertir a España en un país donde proliferan los malos tratos, los presos políticos y hasta las torturas, datos todos ellos patentemente falsos para mí, es, ahora que enfrentamos una crisis política de magnitud insospechada, algo verdaderamente malo. Sobre todo porque es cierto que el Estado ha de defenderse, es su derecho y su deber, de quienes quieren desintegrarlo.
Algo tiene que cambiar muy profundamente en la gerencia de la crisis. No basta con aguantar el chaparrón, ni con negar la mayor (y la menor), culpando a `leyendas negras` y a la `mala voluntad de los de siempre` de lo que está empezando a ocurrirnos y algunos se obstinan en no ver. Hemos llegado con bien hasta aquí. Pero yo no quiero que los de The Economist o quien sea me saque de las diecinueve democracias más completas del mundo. Ni que me llamen `salvaje` quienes más motivos deberían tener para saber que ni lo soy ni lo somos.

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