Opinión

España, un país acosado desde la farsa

Ya ni sé cuántas veces habré repetido aquella afortunada frase de Marx (Carlos, no Groucho, mucho más citado) según la cual la Historia siempre se repite dos veces: una, como tragedia; la segunda, como farsa. Viendo, desde mi actual y temo que esporádica atalaya italiana, la entrevista, cien veces reproducida por otros medios, de Puigdemont a una televisión belga, este viernes, me confirmé en la idea de la farsa: él, que dijo estar pensando en presentarse a las elecciones convocadas `desde Madrid` para el 21 de diciembre, es un farsante. Pero, de inmediato, al hacer un repaso de lo que las pantallas y los periódicos de todo el mundo estaban diciendo de mi país, volví a sentir los nubarrones de la tragedia en mi alma de ciudadano y, por qué no, de patriota. Y de periodista.
Pocas veces he visto a un país con aspecto, visto al menos desde el exterior, más indefenso. Y no digo yo que no se prodiguen las voces que admitan, más vale tarde que nunca, que todo el `procés` ha sido como una broma macabra que, desde la incultura política y desde la corrupción económica, ha zarandeado inclemente a los catalanes y, de paso, al resto de los españoles. Sí, hay periódicos y periodistas de todo el mundo que eso lo admiten abiertamente. Pero...
Pero siguen sin ver las razones y la razón que nos asisten a los demás, a los que consideramos que haber logrado la independencia hubiese supuesto para Cataluña algo parecido a la desaparición con respecto a los estándares de bienestar y prestigio que había -¿había?_ logrado antes de que se desencadenase la locura. No, no se ha hecho bien el plan de comunicación del Estado, de la misma manera que sí se confeccionó con cuidado y acierto el plan diplomático. Parece mentira que, con tanta `marca España` a las espaldas, se subestimase tanto la imagen-país, y, así, he visto en todas las televisiones europeas, de la francesa y la italiana a la BBC británica y a un par de emisoras rusas para el resto de Europa, cómo se agitaban las solapas de mi nación, sin que los estamentos oficiales u oficiosos reaccionasen adecuadamente: simplemente, estaban nerudianamente como ausentes.
Y ese es el panorama desde el puente europeo, desde este enclave en el que me encuentro participando en un encuentro en el que todos me preguntan, con asombro y mientras nos ven en todas las portadas, qué diablos ocurre en mi país. Trato de explicar las cosas, pero ya se sabe que, en periodismo, `good news is no news`, así que todos prefieren las teorías conspiratorias, y admitamos que materia no falta para iluminarlas: ahí es nada, una campaña electoral animada por un candidato prófugo, buscado por las policías de toda Europa, y otro en la cárcel, mientras la izquierda-de-la-izquierda se sacude ya sin miramientos y el partido que gobernó durante más de veinte años la autonomía más próspera de toda España se diluye merced a sus corrupciones sin cuento y a sus errores sin límite, dejando a los catalanes empobrecidos, divididos, confundidos y desmoralizados. Odiando sin causa, o con ella, ahora eso casi ya ni importa, a `Madrit`.
Y han dejado por los suelos a la imagen de toda España, una España democrática y con afanes de seguir siéndolo cada vez más, que empezaba a recobrarse de sus propios casos de corrupción desde el poder, que empezaba a sentirse segura en el ámbito europeo. Pero nadie explica bien esto -tampoco nosotros, los periodistas, temo_ y andan los españoles ahora con la sensación de que sus gobernantes están, ya digo, algo desaparecidos del campo de batalla, aunque sin duda estarán trabajando mucho, y espero, por nuestro propio bien, que lo hagan eficazmente, desde las bambalinas. Ay, las bambalinas, donde se desarrollan siempre las verdaderas tragedias que se disimulan en los escenarios...

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