Opinión

El entusiasmo portugués por Felipe y señora

Nadie puede recordar, en la historia reciente de las dos naciones ibéricas entusiasmo mayor y más expresión de afecto a la monarquía española que la mostrada estos días pasados por la visita de Felipe VI y su consorte a la República Portuguesa. Pero no ha estado tan llena de ditirambos la propia crónica entusiasta, como la de elevar al Conde de Barcelona al mismísimo trono, y recordar que “El Rey Juan III y su esposa” residieron algún tiempo en Portugal.
Adelantándose al “Hola” y a la prensa rosa española, los medios portugueses trataron esta visita de Estado de modo destacado, y por donde quiera que pasaron, todos fueron homenajes, simpatía y obsequios. Este viaje de Estado, del 28 al 30 de noviembre de 2016, sirvió, según la Casa Real “para poner de relieve y reforzar los lazos históricos y las relaciones bilaterales de vecindad entre ambos países ibéricos y socios europeos”. Y no cabe duda que los portugueses mostraron su proverbial hospitalidad y un cariño hacia la pareja real que supera el mayor entusiasmo conocido en España. 
La ciudad de Oporto, tan vinculada y relacionada con Galicia, fue la primera escala, donde fueron recibidos por el  ministro de Relaciones Exteriores portugués, Augusto Santos Silva, el asesor para las Relaciones Internacionales del presidente de la República, José Augusto Duarte, y los respectivos embajadores, Juan Manuel de Barandica y Francisco Ribeiro de Menezes.
En Portugal y en todo el mundo sorprende que un aeropuerto lleve el nombra de una persona que falleció en un accidente de aviación (Saa Carneiro), pero es una de tantas singularidades de este país. Desde que tocaron suelo luso, no pararon. Las fotos y los reportajes muestras el espectacular recibimiento con la guardia nacional republicana a caballo, que escoltó a los monarcas españoles hasta la Cámara de Oporto, donde fueron oficialmente recibidos por el presidente de la República Marcelo Rebelo de Sousa.
Felipe recibió de manos del presidente de la Cámara Municipal, Fernando Medina, la doble llave de la ciudad (murallas y ciudadela) y comenzaron los corteses discursos de unos y otros, con los habituales parabienes y lugares comunes del caso. Especialmente interesante fue el recital de la fadista Cuca Roseta, si bien el fado no es canción de Oporto, sino de Lisboa y Coimbra.
Dentro de esa extraña relación que la República portuguesa mantiene con don Duarte, pretendiente a la inexistente corona de Portugal, pero persona muy querida y popular, en el palacio de los duques de Braganza, en Guimaraes (donde nació Portugal), el presidente de la República ofreció una cena en honor a sus visitantes. Es curiosa la relación institucional de las autoridades lusitanas con el “pretendiente”; pero como dicen los portugueses interesados en esto, que se debe a que es un ciudadano más que sólo se representa a sí mismo y sus ilusiones. Pero también dicen con sorna que, cado de presentarse para presidente de la República, quizá saliera

Felipe no habla gallego
Si Felipe hablara gallego y los otros idiomas del Reino de España, como lo hacen los reyes de Bélgica con sus respectivos idiomas de flamencos y valones, el monarca podría haberlo usado de modo natural, de suerte que sería un detalle interesante, que todos entenderían. Pero habló un portugués aproximativo, de compromiso, de apenas media docena de frases. Y otra vez, rociada de lugares comunes como la "singular e incomparable la relación que existe entre las dos naciones hermanas". Los oradores portugueses, como el del presidente de la Cámara Municipal, le hicieron la cortesía de hablar en correctísimo castellano.
En Lisboa se sucedieron las muestras de simpatía de la gente en las calles y el ritual de bienvenida a la ciudad del Tajo, con los mismos lugares comunes de todo el trayecto. Por la noche, nueva cena ofrecida por el primer ministro y más discursos y brindis con el mismo guión. Letizia parecía una estrella de Hollywood en todo momento, pero sin lograr, como tampoco consigue aquí superar esa hierática pose que la hace distante y poco creible, pese al maquillaje y atuendo de cada ocasión.
En su discurso ante los parlamentarios lusitanos, Felipe tampoco se separó aquí del guión y vino a repetir su monocorde discurso que le proporcionaba el viaje. 
Es la hora de las revistas del corazón. Este asunto queda muy bien en papel couché.
 

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