Opinión

El uno y el otro

Cuando preparaba sus rebeliones contra una Corona posada en las sienes de la reina Isabel II que paradójicamente fue su madrina de boda, Juan Prim entraba y salía de España hábilmente disfrazado a pesar de que sus intenciones política le había condenado al exilio. Se cuenta que en una ocasión se paseó por Madrid vestido de carbonero y no hubo nadie que, bajo aquel tizne en el rostro  y un serón sobre la cabeza, adivinara la mirada sombría y el gesto adusto del general que unos meses después daría un golpe de Estado que acabó con la soberana en el exilio. Unos meses antes se había visto con Olózaga de tapadillo en Vigo y también supuestamente se ocultó bajo una personalidad ficticia para no ser detenido.
Juan Prim era catalán de Reus en Tarragona y dicen que tenía por tanto una habilidad natural para camuflarse como Mortadelo. Empeñado en la consecución de una España más libre y abierta, no en régimen de República –como esperaban algunos de los que le prestaron apoyo al principio de su movimiento- sino bajo una monarquía parlamentaria moderna y bien asentada en las bases institucionales más sólidas, la defensa de la unidad de la nación, su compromiso con un futuro más próspero y justo para el pueblo soberano le costó la vida. Es, siglo y medio después de su asesinato, un símbolo de entrega y generosidad al servicio de la nación de todos. Un catalán ejemplar y un referente obligado de amor a su país. 
Puigdemont es de Amer en Girona y el Gobierno ha supuesto que, como Prim,  posee este señor ciertas habilidades para ocultarse bajo una apariencia ficticia con la que, según puede temerse, pase a España su país, que le considera prófugo de su justicia. Podría hacerlo vestido de lagarterana, metido en el maletero de un coche –hay abundantes ejemplos de políticos que han utilizado este método para darse a la fuga- a pie por caminos de tercera división campo a través y con un guía montano que le pase por despeñaderos de chivas. Nunca digas nunca jamás y si bien por el momento no se ha colado, no cerremos tan pronto este capítulo.  Lo que no puede Puigdemont es compararse con Prim salvo en el hecho de que ambos proceden de la misma comunidad territorial. Puigdemont se ha convertido en un maestro del ridículo  a la cabeza de una causa cainita que no va a dejar en Cataluña piedra sobre piedra y que en su desbarajuste ha arrastrado y condenado a sus instituciones antaño más prestigiosas. Prim es un ejemplo. Puigdemont, una vergüenza.

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