Opinión

El sillón

Ya decía un amigo aquel refrán que, como todos los refranes, tienen su gran sentido. “Aceptando una ‘cartera’ el político Don Luís dice hacer un sacrificio. Sí, ¡el del país!”. Somos muchos los que clamamos por una renovación “ab imis fundamentis” como dice el adagio latino. Lo necesita el pueblo y lo reclama la democracia bien entendida. Y ahora Cataluña. Porque muchos de los actuales, al menos esa impresión dan, se agarran y pegan al sillón y pretenden acomodarse eternamente en el mismo como si aquello fuese su huerto, en el que hacen y deshacen como les viene en gana utilizando el célebre dicho referido a la cuidadora de aquel cura: “El ama del señor cura el primer año dice ‘las gallinas del señor cura’, el segundo dice ‘nuestras gallinas’ y a partir del tercero ‘mis gallinas’, haciendo con ellas lo que quiere”. Pues eso mismo acontece en la política.
De aquí que por ley debieran tener caducidad todos los cargos políticos por muy buenos que ellos fueren. Deben pasar a un segundo plano, aconsejando y ayudando, pero nunca en interminables gobiernos. Acabamos de ver como a Mugabe, tras décadas en el poder, les ha costado a los de Zimbabue echarle del poder. Porque el gran problema de los cargos “vitalicios” son los que los rodean que, con el paso de los años, se van aprovechando y situando creando tramas corruptas difíciles de derrocar. Y esto es el cáncer de la democracia actual.
Les aconsejaría que se tomasen la molestia de leer al griego Aristófanes (nacido en el año 444 a.C.) que ya en el siglo V, en el país donde nace la democracia, publica cosas de una rabiosa actualidad. Se mueve vertiendo en su sentido del humor de un poeta cómico la realidad de la clase política y en concreto de la democracia. Con tiempo volveremos a sus jugosas reflexiones. Por lo que se colige, ya entonces vivía la democracia griega problemas hoy de actualidad. Es duro en la crítica contra los abusos y desviaciones cometidos en nombre de la democracia. Llega a decir que hay que expulsar del gobierno a demagogos que corrompen y desmoralizan al pueblo, y todo porque le preocupaba la paz, porque sin ella, afirmaba, nunca se pueden dar ni la libertad ni la vida feliz y alegre.
Fue capaz de constatar que los manejos políticos se dan en todas las formaciones mientras, dice: “Los pueblos quieren normalizar sus relaciones comerciales; los campesinos quieren volver a sus tierras; los soldados no quieren más campañas; las mujeres descubren que la guerra les concierne tanto o más que a los hombres. Todo el mundo, menos algunas minorías egoístas, desea la paz y los enemigos son los demagogos y sus secuaces aspirantes a cargos públicos, los fabricantes de armas, los jefes militares”. Critica el sistema de elección de cargos públicos, y las mil trabas burocráticas que envenenan la vida y la corrupción administrativa general, “que conduce al desencanto político, la desmoralización y a la abstención como fruto de la falta de hombres cultos y honestos cuando menudean egoístas, ignorantes, demagogos y sinvergüenzas”. Llega incluso a calificar a los políticos como “gente poco recomendable y sospechosa de ambiciones turbias”. Tuvo una idea clara de su función didáctica y defendió su derecho a hablar de justicia, es decir, de política, en serio, si bien de forma satírica defendiendo la educación como instrumento político.
Creo que ya llega por hoy, pero les prometo volver sobre el tema porque la clarividencia del pensador griego tuvo tiene y desgraciadamente creo que tendrá una gran actualidad siempre.

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