Opinión

El Rey que tronó

El Estado había desaparecido. O esa era la impresión que causaba el desamparo de sus agentes policiales repudiados en algunos hoteles catalanes, el pasotismo de los mossos, el hostigamiento a periodistas no adictos y las banderas nacionales quemadas o arrojadas con ira a la papelera por exaltados seguidores de la causa independentista.
Entonces, ante una situación de "extrema gravedad", reapareció el Estado. Se dejó ver. Se hizo presente al máximo nivel. Y el trono tronó. Firme, sobrio, serio, contundente, en la ratificación del compromiso de la Corona con la Democracia, la Constitución y el Estatut. Nadie previó una intervención del Rey tan dura y tan exenta de concesiones a la parte señalada como responsable del dramático momento catalán.
No anduvo con rodeos: los nacionalistas se han situado al margen de la ley, han incurrido en un "inaceptable intento de apropiarse de las instituciones catalanas", han sido desleales, incumplen la ley, vulneran el orden constitucional, socavan el Estado de Derecho, dividen a la sociedad catalana y menosprecian los sentimientos "que nos unen y unirán siempre".
Felipe VI recordó a las legítimas autoridades del Estado su deber de garantizar el funcionamiento de las instituciones. Eso ha sido interpretado como allanamiento del terreno para activar el artículo 155 de la Constitución (intervención de las competencias de la Generalitat, como cuando se interviene un banco en apuros por razones de interés general). Si nos molestamos en leer el artículo 56.3 del mismo texto constitucional, donde se habla del refrendo del Gobierno a los actos del Rey, tal vez entendamos mejor por qué se ha interpretado el discurso del Rey como una forma de respaldar a priori el posible recurso del Gobierno al 155 como una forma de pararle los pies a los independentistas.
Por lo demás, la intervención del Jefe Estado vine a ser un golpe encima de la mesa. Nos dice que Felipe VI se ha hecho mayor. Entiéndase la metáfora como su propia consolidación. Por otra parte, deja un mensaje de respeto a las ideas de los separatistas, si no desbordan los marcos de la legalidad, y de cariño a los no separatistas ("no les vamos a dejar solos"), que se están llevando la peor parte en la confiscación de calles y de voluntades por parte del populismo nacionalista.
Tampoco conviene olvidar otro aspecto capital de la intervención del Rey el martes pasado. Me refiero a la importancia de su repercusión mediática y política como freno a las tramposa y maledicente sospecha de que España se comporta como un Estado represor. Los elementos de prueba gráficos se habían acumulado en las portadas de la prensa internacional y era necesario recordar que en España reina una democracia seria y madura que no va a desvanecerse por la facciosa ofensiva del independentismo.

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